Lo que observamos hoy es el duro tránsito de la supremacía a la insignificancia, de la omnipotencia a la impotencia. A partir de 1940, la Secretaría de Gobernación desplazó a la de Guerra y Marina como el núcleo desde el que se irradiaba y se imponía el poder presidencial. Miguel Alemán Valdez brincó de allí a la candidatura presidencial del nuevo partido, el PRI. Gobernación era la plataforma hacia Los Pinos; de allí salieron todos los presidentes de la República de 1946 a 1976, excepto Adolfo López Mateos (1958-1962), que era el secretario del Trabajo y Previsión Social.

Eran otros tiempos y a lo largo de varias décadas despacharon en el palacio de Covián lo mismo políticos astutos y autoritarios, como Gustavo Díaz Ordaz, que de gran talento, como Jesús Reyes Heroles; funcionarios eficaces, como Mario Moya Palencia, y operadores duros, como Manuel Bartlett. El secretario de Gobernación era el jefe del gabinete. Sus atribuciones enormes, desde Gobernación se conducía la política interior, las relaciones del Poder Ejecutivo con los otros poderes, subordinados entonces: el Legislativo y el Judicial y, al tiempo se definía la política de comunicación social: PIPSA permitía un control férreo a los medios impresos y las concesiones de radio y tv constituían discreta advertencia sobre los límites del ejercicio periodístico.

Sus titulares parecían titanes, daban “línea” a los jefes del control político en ambas cámaras del Congreso de la Unión y a los gobernadores y su influencia se expandía al sector privado y a la academia. Allí se operaba la desaparición de poderes de los gobernadores notoriamente ineptos o repudiados, se promovían carreras políticas y se silenciaba a los opositores.

De Gobernación dependían los dos organismos de inteligencia civil del Estado: la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la de Investigaciones Políticas y Sociales (IPS). La DFS fue pervirtiéndose hasta convertirse, en los años 80, en protectora de organizaciones criminales.

Pero con Salinas empezó su debilitamiento; después de haber operado El Quinazo fue perdiendo poderes. El Cisen —organismo que reemplazó a la DFS y a IPS— reportaba a Los Pinos; desapareció la subsecretaría de Comunicación Social de Gobernación y sus funciones se trasladaron a la Presidencia.

En el sexenio pasado, con Miguel Osorio Chong, hubo un breve intento de restablecer sus viejas atribuciones pero se durmió en sus laureles y las complicidades desde Bucareli con la “generación podrida” pareció la retribución por los apoyos clandestinos a la campaña presidencial de 2012 y al tricolor.

Hoy la Segob no es sino una pálida sombra de lo que fue, ha sido despojada de sus principales responsabilidades y organismos: el Centro Nacional de Inteligencia (antes Cisen), ahora le reporta a Alfonso Durazo.

La recién creada Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana recibió la Coordinación de Protección Civil, el sistema penitenciario federal y el Centro Nacional de Desastres; y tendrá a su cargo la Guardia Nacional, aunque con mando son militares.

En el desorden administrativo que caracteriza a este gobierno, hasta el Instituto Nacional de Migración —un organismo que ha transitado de la protección a la persecución de los migrantes, como lo expresa el reemplazo de Tonatiuh Guillén por Francisco Garduño— le reporta al canciller y la relación con las iglesias se define en Palacio Nacional mientras la laicidad se extravía. ¿Qué le queda a Gobernación?

Claro, no es un caso de excepción. Un presidente omnipotente y omnipresente desdibuja a todos los miembros del gabinete. Despojada de sus principales recursos jurídicos, políticos y simbólicos, la Secretaría de Gobernación languidece. El nuevo diseño gubernamental —un verdadero desbarajuste— reduce las capacidades del Estado para garantizar la gobernabilidad. Pronto lo aprenderá, pero ¿a qué costo?

Presidente de GCI. @alfonsozarate

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