En 2010 el gobierno de México prohibió la compra y venta de antibióticos (moléculas que inhiben el crecimiento de las bacterias) sin receta médica, debido a que parte de la población solía interpretar sus síntomas con el conocimiento empírico: “si me siento de tal manera, me puedo tomar tal medicamento que me han recetado antes para sentirme mejor”. Sin embargo, saber el origen del padecimiento es indispensable para tener un tratamiento que realmente cure y no que empeore la situación.

En ese entonces, la razón principal para regular el mercado y consumo de los antibióticos fue el riesgo a generar resistencia, es decir, que el antibiótico ya no tenga ningún efecto sobre la bacteria y esto pueda comprometer la salud de las personas en el largo plazo. Esta fue una medida necesaria ya que, aunque existen antibióticos de amplio espectro que son capaces de eliminar una gran gama de bacterias, el agente causal de la enfermedad o síntomas que sentimos no siempre es de naturaleza bacteriana. Por ejemplo, si tenemos gripe y ésta es causada por el virus de la influenza, consumir un antibiótico no tendría mucho sentido.

¿Por qué? Porque un virus no es lo mismo que una bacteria.
Una bacteria es un organismo unicelular, es decir que el organismo completo depende de una sola célula. Para ponerlo en perspectiva, los humanos nos componemos de células que trabajan en colaboración: por ejemplo, una célula especializada se junta con otras iguales para formar un tejido; luego, varios tejidos forman un órgano, como puede ser el hígado, que a su vez es parte indispensable del sistema digestivo sin el que no podríamos ser un individuo funcional. En ese sentido, la unidad básica del organismo es una célula, la cual es como un pequeño ladrillo de una casa completa.

En el caso de las bacterias, cada bacteria es una célula y no requiere de asociaciones tan complejas como en los humanos, para sobrevivir. Por si sola, esta bacteria es un organismo completo microscópico mejor conocido como microrganismo.

Y entonces… ¿qué es un virus?

En el siglo XIX se estudiaba una enfermedad en el tabaco que se manifestaba en el follaje de la planta, decolorando las hojas en forma de mosaico; en ese entonces se sospechaba que el agente que causaba el daño era una bacteria. Luego, el ruso Dimitri Ivanovski usó un filtro con poros tan pequeños, que cuando lo aplicó a un extracto de hojas enfermas, se lograba separar a las bacterias que quedaban en la parte superior. Para su sorpresa, las bacterias no provocaban la enfermedad en plantas sanas, pero si lo hacía el líquido que pasaba a través del filtro. Entonces, había algo ahí, que era más pequeño que una célula bacteriana y aún así, provocaba enfermedad. A esta sustancia filtrada se le llamó virus, y aquel que específicamente causaba la enfermedad mencionada en tabaco, se le llamó “Virus del Mosaico del Tabaco”.

Aunque un virus no se considera una entidad viva autónoma, ya que necesita de una célula huésped, como por ejemplo las células de las plantas o de nosotros los humanos. Sin embargo, tiene moléculas necesarias para la vida durante su visita a la célula huésped: material genético, cubierta de proteína llamada cápside y, en algunos casos, una envoltura de lípidos.

Usando una analogía del Dr. Antonio Lazcano, imaginemos que tenemos una memoria USB contaminada con un virus informático. El hecho de tener la memoria en esta condición no tiene la menor importancia, a menos que la conectemos a algún puerto de nuestra computadora y, ahí sí, es posible que el virus se plante en alguna parte vulnerable y se replique y luego, gracias al internet, quizás llegue a nuestros conocidos. En ese sentido, un virus no puede crecer en número si no entra a la célula de un huésped y lo infecta, luego, éste “hackea” la célula para obligarla a generar muchas copias del mismo virus que luego se liberan y continúan así, hasta que el sistema inmune entiende lo que está pasando y reacciona.

El estudio de los virus ha sido importante para el desarrollo de la biología molecular, pero también para conocer, prevenir y curar las enfermedades que provoca. 
Desde finales de 2019, pero de manera aguda en lo que va de 2020, el mundo se ha visto envuelto en una pandemia anunciada desde hace semanas por la Organización Mundial de la Salud. En ese sentido, se ha difundido una cantidad inmensa de información sobre el coronavirus (COVID-19): algunas reales, otras falsas y muchas sacadas de contexto. En ese sentido, es importante saber sobre el tema para tomar decisiones sin que esto contribuya a crear pánico.

Por ello, parece conveniente continuar con la comunicación de la ciencia en esta materia y, de hecho, muchos portales lo han estado haciendo muy bien y de manera muy responsable, dando seguimiento puntual al progreso de la enfermedad, pero también enfatizando las medidas de prevención para que todos sepamos cómo cuidar de nuestra salud y de quienes nos rodean. En ese sentido, lo más prudente es mantenerse informado sin que esto llegue a ser agobiante y cuidar de las fuentes de comunicación, acudiendo a aquellas que ofrezcan veracidad, pero sin entregarles fe ciega. En ese sentido, en esta columna llamada “Ciencia con limón y sal”, intentaremos hacer lo propio.

Ante la incertidumbre, más vale que sepamos. Pero qué mejor, si nos quedamos con un buen sabor de boca.

@chrisantics

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