La contundente victoria de López Obrador tiene causas remotas y próximas. Las primeras son los cambios en el país en los últimos 30 años. Transformaciones necesarias y positivas, pero mal operadas y pervertidas. Las segundas son los aciertos del candidato ganador y los errores de sus competidores.

Son tres las causas remotas: una herida. La violencia criminal que desangra a la nación mexicana. No hay sociedad capaz de resistir 200 mil muertos y miles de desaparecidos, sin que la acumulación de ese dolor colectivo se convierta en una actitud política.

La segunda: la fractura de la cohesión nacional por las desigualdades económicas y sociales entre sectores y regiones. Las crisis económicas de los años 80 y 90 ya habían empobrecido gravemente a las clases media y populares, pero la aplicación del nuevo esquema neoliberal, sin auténtica libre competencia y de bajos salarios, no hizo sino provocar una mayor concentración del ingreso.

Las políticas sociales implementadas nunca probaron su efectividad para liberar de la pobreza a la mayoría de la población; se convirtieron en denigrantes herramientas de clientelismo partidista. Se convirtieron en Estafa Maestra.

La frustración social larvada en los entresijos de tales desigualdades se convirtió en millones de votos.

La tercera causa remota: el divorcio entre la clase política y los ciudadanos. Esta ruptura es multifactorial; tiene un componente exógeno expuesto por Moisés Naím en su ensayo El fin del poder (2014). Describe la impotencia del poder ante los cambios tecnológicos, culturales y de la globalización para resolver las demandas ciudadanas.

Pero son más graves los factores nacionales, en particular, la perversión de la transición democrática por la corrupción y el empoderamiento de la clase política como casta privilegiada.

Nuestra democracia nació contrahecha. Surgió de reformas electorales para garantizar elecciones libres y democráticas. Sin embargo, no vino acompañada de un cambio de régimen para edificar un auténtico Estado de Derecho, con instituciones decentes y una élite política austera y servicial.

La degradación de nuestra democracia recién fue documentada con todo detalle en la investigación Debajo de la Mesa (Ximena Mata, Leonardo Núñez; Integralia y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, 2018).

Es obvio que quien accede al gobierno mediante tales artes no tiene idea del bien común. Ni vocación de servicio. Se toma el poder como patente de corso para saquear las arcas públicas.

El nivel de hartazgo de los ciudadanos se expresó en las urnas. La victoria de Morena en Atlacomulco lo dice todo.

Las causas próximas se pueden resumir en un hecho: López Obrador, luego de 12 años de campaña permanente, de haberse apersonado en todos los municipios del país y de ampliar su movimiento, incorporando elementos de todo tipo de tendencias; hizo la mejor lectura del momento histórico político y la convirtió en una estrategia victoriosa. Sus contendientes se extraviaron destruyéndose entre sí.

Y esas cifras electorales tienen una traducción política: será el presidente electo con la mayor votación en la historia de elecciones libres.

Llega con un poder popular sin precedentes, con mayoría en el Congreso y control del Constituyente Permanente, por lo que está dotado de un poder dominante, igual o mayor que en los tiempos de la Presidencia imperial.

La oposición ha quedado reducida, cuando no arrasada. Pese a esto, son necesarios partidos dignos y renovados.

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