En los años ochenta del siglo pasado, Saddam Hussein decidió construir una presa que aprovechara el río Tigris para llevar electricidad a la región de Mosul. Eso sonaba muy bien, si no fuera porque él mismo eligió el lugar, a pesar de que los expertos le señalaron que en esa zona el suelo estaba compuesto por materiales solubles al agua que no resistirían la construcción. Pero empeñado en lo suyo, hizo caso omiso de las advertencias.

Y en efecto, una vez que estuvo lista y apenas unos meses después de su inauguración, empezaron los problemas con la estabilidad estructural de la obra. Hubo que llamar a una empresa extranjera que solo pudo resolver el problema inyectando las veinticuatro horas del día cemento y otros aditivos a la base de la presa, a fin de consolidar los cimientos y evitar que se viniera abajo provocando con eso la inundación de varias ciudades, incluyendo la de Mosul e incluso partes de Bagdad. Además hubo que hacer reparaciones y construcciones adicionales para mantenerla en pie. Hasta el día de hoy se tienen que hacer esos trabajos y no se pueden suspender nunca, lo cual de todos modos no da la seguridad total, pues según un informe del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Irak, los cimientos de la presa pueden ceder en cualquier momento.

En diciembre de 2018, se inició la construcción de la refinería de Dos Bocas en Paraíso, Tabasco. Se trata de un terreno localizado entre Tabasco y Campeche, que son los estados donde se extrae el 80% de hidrocarburos del país. El objetivo es producir 340 mil barriles de crudo por día y refinar casi el 30 por ciento de la gasolina y buena parte del diesel de los que actualmente se importan.

Se entiende que las presas tienen que estar en donde hay ríos caudalosos y las refinerías tienen que estar en donde hay petróleo. Lo que no se entiende es que se elijan sitios en los que haya que estar permanentemente inyectando cemento o rellenando manglar para que las obras se mantengan en pie. Porque no es cosa de que se las construye y se acaba el problema, sino que se requiere un trabajo contínuo de reparaciones para que no se echen a perder. ¿Por qué elegir precisamente lugares en los que no hay forma de evitar el riesgo?

Pero lo que menos se entiende, es que se haga una obra así en donde, según los expertos, el petróleo que hay solo da para cuatro años y se acabó. Eso sí es demasiado precio por un capricho. Como dice Susan B. Glasser: quien tiene autoridad absoluta para decidir debería también tener responsabilidad absoluta.

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