Estamos a seis semanas de que termine la administración calderonista. Es tiempo, pues, de hacer un balance de lo que ha sido el trabajo de este político michoacano al frente del gobierno federal. ¿Qué tanto ha garantizado la gobernanza del país? ¿Qué le hereda a la próxima administración? Para esto hay que poner en el tapete de la discusión, sin tapujos, lo que ha sido la actuación del todavía inquilino de Los Pinos y su equipo al frente del poder político en México.

Debemos comenzar por decir que el tema de la gobernanza no tiene una sola dimensión sino, al menos, cuatro. A saber: 1) En términos clásicos, como capacidad para darle rumbo a la comunidad política a semejanza de la destreza que se le pide al conductor de una nave. Es la metáfora del timonel evocada por autores como Platón. El gobernante, a semejanza del capitán de un barco, debe guiar al conjunto de la sociedad. 2) Como aptitud para garantizar el orden público. El autor que puso el acento en este aspecto fue Hobbes quien dijo que el Estado nace, ante todo, para garantizar la vida de los individuos; para evitar que la violencia engulla a la sociedad y se regrese a la “guerra de todos contra todos”, esto es, a la anarquía. 3) Como facultad de la administración pública para responder a las demandas sociales. De aquí el célebre texto de M. Crozier, S. Huntington y J. Wuatanuki, La crisis de la democracia (NYU, 1975), en el que se afirma que la democracia se ha vuelto ingobernable porque las demandas sociales sobrepasan a la capacidad de respuesta gubernamental. 4) Como habilidad política para formar mayorías estables en el Legislativo con el propósito de que las iniciativas de ley del gobierno en funciones y su partido puedan transitar. En este renglón la gobernanza requiere contar con la colaboración entre poderes, no con el bloqueo o la parálisis entre ellos. Autores como Giovanni Sartori (Ingeniería constitucional comparada, FCE, 2000) han desarrollado estudios de alta calidad sobre el particular.

El problema es que en los cuatro rubros Calderón nos queda a deber: 1) Nunca supimos, a ciencia cierta, el rumbo que le quiso imprimir al país. En estos años la nación anduvo al garete más atenta en capear el temporal que en alcanzar metas precisas. 2) La guerra de Calderón contra el crimen organizado reportó aproximadamente 65 mil muertos. Su estrategia privilegió la captura de los capos de la droga, pero al cortar una cabeza salieron siete a sustituirla. La violencia sigue incontenible y los delitos se multiplicaron golpeando duramente a la ciudadanía en materia de secuestros, extorciones, desplazamientos de población, asaltos callejeros, etcétera. 3) Ciertamente Calderón logró mantener los equilibrios macroeconómicos pero eso no se vio reflejado, en “las buenas finanzas familiares”. No podemos negar que el Seguro Popular fue uno de sus grandes logros, sin embargo, no se crearon empleos en la cantidad que se requerían. No hay esperanzas de futuro para muchos jóvenes; el porvenir es incierto para un alto número de familias. El contraste es apabullante: más de la mitad de la población hundida en la pobreza y, en cambio, México tiene al hombre más rico del mundo. 4) Durante los cuatro primeros años de este sexenio se mantuvo la alianza PRI-PAN para sacar adelante diversas iniciativas de ley. Sin embargo, en 2010 con base en criterios de conveniencia y oportunidad esa alianza vino a menos en virtud de que el blanquiazul decidió ir en coalición con el PRD en estados como Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Y en esas seguimos, dependiendo de los avatares de las coyunturas.

Menuda tarea le espera al nuevo Presidente: zanjar el déficit de gobernanza que deja Felipe Calderón en, por lo menos, esos cuatro rubros. No basta con poner atención en el tercero de ellos, es decir, en el gobierno eficiente.

Profesor de Humanidades del Tecnológico de Monterrey (CCM)

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