Terminó la primera ronda de debates entre los (muchos) aspirantes a la candidatura del Partido Demócrata en Estados Unidos. Son tantos que los organizadores dividieron el encuentro en dos grupos y dos noches sucesivas. Contra todo pronóstico, el resultado fue fascinante.

Hay, entre los demócratas, al menos una decena de políticos de edades y trayectorias distintas cuyo desempeño en el debate augura una competencia como no se ha visto en años en el partido demócrata. En la primera noche, Elizabeth Warren, la senadora de Massachusetts, demostró por qué puede ser, al final, la candidata de unidad para progresistas y moderados. Sofisticada, estudiosa y convincente, Warren irá creciendo. También destacó Julián Castro, antiguo secretario de Vivienda con Obama y único hispano en la contienda. Castro se adueñó con vehemencia de la agenda migratoria, enterrando las aspiraciones del otro joven tejano en el debate, Beto O’Rourke, que se veía pálido y poco preparado para improvisar.

La segunda noche reunió a Bernie Sanders con Joe Biden, dos setentones quienes, de vencer a Trump, serían los hombres de mayor edad en ganar la presidencia. Y se notó. Enfrentados con una camada de competidores jóvenes, elocuentes y ambiciosos, Sanders y Biden se revelaron como lo que son, al menos en su peor versión: representantes de una época pasada. El mal debate de ambos se debió a su propia incapacidad para reaccionar de manera convincente a las preguntas y la discusión, pero sobre todo al contraste con el resto de los aspirantes. Hace cuatro años, Bernie Sanders era un político desconocido que irrumpió en el escenario con refrescante ánimo disruptivo. Hoy, un ala entera del partido, entre ellos varios políticos jóvenes de gran energía, han hecho suya la agenda sanderista. Eso es un testamento a la importancia de Sanders, pero también un posible riesgo para su candidatura. Es posible que los electores prefieran a un candidato que sea tan progresista como Sanders pero más joven, para trazar un contraste absoluto con Trump. De ser así, la favorita debe ser Kamala Harris. La senadora, que fue una eficiente y severa Fiscal General en California, decidió enfrentarse no a Sanders, a quien sigue ideológicamente, sino al puntero Biden. Y lo hizo de manera directa, cuestionándole su respaldo a dolorosas políticas discriminatorias hace cuarenta años. Sorprendido por la brusquedad y contundencia del ataque, Biden trastabilló. Harris, en cambio, aprovechó para robustecer su campaña. Antes del debate, Biden la superaba por veinticinco puntos en las encuestas. Después, serán menos.

Pero la segunda noche no solo perteneció a Harris. Ahí estuvo también Pete Buttigieg, el joven alcalde de South Bend, Indiana, de valiosa claridad expositiva y semblante tranquilo. O Cory Booker, el senador de Nueva Jersey, orador notable. Hay quien prefirió al senador de Colorado Michael Bennet. En la primera noche también destacó el alcalde de Nueva York, Bill De Blasio.

En el fondo, la nota es esa: no solo está en la dinámica entre los candidatos sino en el grupo en sí. El Partido Demócrata quizá nunca ha tenido un grupo de políticos de esta diversidad y amplitud de mensaje. Hay, literalmente, para todos los gustos. Por supuesto, el riesgo es evidente. En el 2016, con solo seis candidatos al principio de la contienda, el partido estuvo a punto de fracturarse por la durísima lucha entre Hillary Clinton y Bernie Sanders. Ahora, con veintitantos, el peligro es mayor. Pero también la oportunidad. La lista de aspirantes seguramente se reducirá al menos a la mitad para finales del otoño, con un recorte más entre febrero y marzo. Si los candidatos que vayan perdiendo fuerza se suman activamente a la promoción de quien será, al final, el aspirante para derrotar a Trump, el partido tendrá un grupo inmejorable de representantes para apelar al electorado en noviembre de 2020. La convención del partido, en Wisconsin, será como un desfile de estrellas del movimiento progresista contemporáneo.

Por si fuera poco, los demócratas tienen políticos para atraer a las minorías y los votantes jóvenes. Algunos, como la congresista Ocasio-Cortez, ni siquiera están entre los que buscan la candidatura (a sus 29 años, la célebre “AOC” es demasiado joven como para aspirar a la presidencia). Los republicanos, en cambio, tienen a…Trump. Hay pocas figuras de verdad atractivas en el partido, y mucho menos jóvenes. Algunos, como el congresista y veterano de guerra Dan Crenshaw, han hecho mucho menos ruido que Ocasio-Cortez y sus colegas.

En teoría, pues, la mesa está servida para que el partido demócrata escoja sabiamente y, con el respaldo de toda su pléyade, presente un frente común en noviembre. Esta es la generación dorada de la izquierda estadounidense. Si resisten la tentación de nominar a un radical que desilusione a los votantes de centro y logran mantener la cohesión, los demócratas podrían poner punto final a la pesadilla trumpista. Pero es muy, pero muy pronto para cantar ya no victoria sino esperanza. Los demócratas rara vez pierden la oportunidad de perder una oportunidad.

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