Quizá no lo crean pero hubo un tiempo en que la gasolina no era importante. Por el contrario, era un subproducto secundario derivado del petróleo que poco interés generaba puesto que lo que en verdad importaba a los empresarios era el queroseno, con el que se iluminaban las casas con los quinqués.

Lo importante era producir queroseno para vender en gran cantidad para poder iluminar los domicilios y vencer el milenario miedo a la oscuridad que tanto temía la humanidad.

Así, empresarios petroleros como John D. Rockefeller fundaron su fortuna, vendiendo primero queroseno para las casas, a través de su compañía Standard Oil.

Un emporio que se afianzó y luego desafió a los dueños de ferrocarriles que buscaban imponer sus precios de transporte y, por ello, optaron por poner los primeros cimientos de los oleoductos, como hoy los conocemos.

Con la invención de la luz eléctrica por parte de Thomas Alva Edison, la floreciente industria petrolera y su producto estrella, el queroseno, sufrieron un primer golpe, pero, capitalista visionario que era, Rockefeller supo ver en ese otro producto llamado gasolina una oportunidad de negocio y la empezó a comercializar para hacer funcionar fábricas para que ya no usaran carbón. Después vino la invención del automóvil y el resto es historia conocida.

Hoy, ver cómo la aguja del indicador del nivel de gasolina del auto baja lentamente hacia la zona en rojo se ha vuelto sinónimo de desesperación y señal de arrepentimiento de todos los pecados.

Algunos llegan a enloquecer y gastan hasta la última gota en encontrar una central de servicio con combustible. Otros, optan por la calma. En los grupos de Whattsapp la pregunta se repite constantemente: ¿encontraste gasolina?, lo cual hace que más de uno se pregunte si en verdad estamos ante las puertas de un Apocalipsis y que si pronto veremos escenas como en la clásica película Mad Max, en donde se pelea por gasolina y agua. Sin duda, somos adictos a ese producto que comercializó a gran escala Rockefeller.

Lo que evidencia el reciente desabasto de gasolina (o falta de distribución, como eufemísticamente la llamó el gobierno de México) no sólo es hasta donde se ha llegado en el daño patrimonial a Pemex con la actividad del huachicoleo, como se denomina a la extracción y venta ilegal de combustible de la paraestatal, sino cuán atrasados estamos en otras áreas como el servicio del transporte público y cultura peatonal.

Por ejemplo, si por la falta de gasolina en la capital queretana, un ciudadano optara por guardar su automóvil, se tendría que enfrentar a un ineficaz transporte público que tarda en ocasiones hasta media hora en pasar. Y ni hablar de la terca necedad de usar tarjeta de Qrobus, que luego en algunos puntos de recarga no estaba disponible.

O bien, si algunos optaran por caminar, descubrirían que solo el centro y zonas cercanas son amigables al peatón, y que en el resto de la ciudad hay pocos pasos peatonales o los puentes están pésimamente ubicados. O en caso de usar bicicleta, descubrirían que muchas ciclopistas son usadas como estacionamientos y las autoridades no dicen nada.

El desabasto de gasolina ha desnudado las faltas en la movilidad en la ciudad de Querétaro. Para muchos, tener un automóvil no es un lujo, sino una necesidad ante, reitero, el pésimo transporte público.

Diversas encuestas muestran que una gran mayoría de mexicanos apoya la lucha contra el huachicoleo. En espera de que las autoridades federales avancen hacia signos positivos, también las autoridades locales deberían aprovechar la coyuntura y trabajar, ahora sí, en buscar cómo solventar los problemas de movilidad del estado.

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