Según la más reciente encuesta de Reforma, la aprobación presidencial cayó ocho puntos entre marzo y julio para situarse en un 70%.

Más de una razón puede explicarlo. Probablemente tiene que ver con la falta de resultados en materia de combate al crimen y la violencia, y seguramente se atribuye al desgaste normal de cualquier gobierno.

Con todo, el dato realmente importante es que la aprobación presidencial es hoy 18 puntos más alta que en julio de 2018, cuando AMLO ganó la elección.

No es poca cosa que este mandatario se mantenga en niveles históricos de popularidad porque muchas de las medidas que ha tomado –unas desacertadas, otras profundamente transformadoras– han tenido un alto costo político, al haberle generado la animadversión de varios sectores, algunos de ellos especialmente vociferantes y con poder para diseminar sus ideas.

A lo largo del último año, López Obrador ha buscado establecer una nueva relación con el poder económico-financiero y ha demostrado su determinación para enfrentarse a toda suerte de intereses.

Ha criticado la forma en que operan las calificadoras internacionales, ha puesto fin a las condonaciones fiscales y establecido medidas para combatir la evasión, además de haber modificado las truculentas relaciones que existían con los contratistas de la obra pública y otros actores que se beneficiaban de la corrupción.

Es natural que muchos de estos sectores, y quienes les dan representación y voz, rechacen su Presidencia. A muchos, en última instancia, los mueve la defensa del antiguo régimen. Los enemista un presidente que está enfrentando esa corrupción que hizo despegar buena parte de los grandes capitales de hoy.

Al protestar por la cancelación de Texcoco esos sectores no necesariamente están preocupados porque se tome la mejor decisión para el país, tanto como el hecho de que en torno a la construcción de aquel aeropuerto existía un negocio multimillonario. Al objetar la edificación de Dos Bocas, no lo hacen únicamente por un asunto de viabilidad técnico-financiera, sino porque la construcción de una refinería pone en peligro el negocio de la importación de gasolinas del que han lucrado de forma tan ventajosa. Incluso el haber sido desplazados por el nuevo esquema de compras gubernamentales es una razón poderosa detrás de su postura frente al esquema de compras consolidadas.

A lo largo de estos meses el presidente ha tenido episodios de tensión con una diversidad de actores: con el Poder Judicial, con los partidos de oposición y con las cúpulas del sindicalismo tradicional, al aprobar una legislación laboral que promueve la libertad sindical. También ha creado un cisma frente al poder de los medios de comunicación, al reducir considerablemente el presupuesto destinado a la publicidad oficial, y al tratar de cambiar la forma de relacionarse con ellos.

AMLO también ha establecido una relación distinta con los gobiernos estatales a partir de una lógica de centralización que no ha sido necesariamente bien recibida por quienes hasta ahora se han comportado como auténticos virreyes; también ha antagonizado con un sector importante de la sociedad civil, al que le ha quitado el poder de interlocución que tuvieron por años. Y si no fuera suficiente, se ha enemistado con una parte importante de la burocracia federal por los despidos masivos, reducción de privilegios y derechos adquiridos.

El presidente goza de una muy alta aprobación, incluso a pesar de no haber incurrido en la típica estrategia de anteriores presidentes de emprender una acción mediática escandalosa como meter preso a un político corrupto.

¿Cómo explicar que este presidente siga siendo tan popular a pesar de estar lejos de haberse ganado el favor de sectores poderosos capaces de crear o destruir reputaciones y generar crisis? ¿A pesar del agresivo adelgazamiento y reducción del costo del Estado, del freno a la inversión pública, la desaceleración de la economía y la falta de resultados en materia de seguridad y violencia?

@HernanGomezB

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