Según un refrán popular, cada quien habla de la feria como le fue en ella. Al parecer, al presidente López Obrador y a la dirigencia de Morena les fue muy bien; a otros, no tanto.

Un elemento central de la democracia es la certeza en las reglas y la incertidumbre sobre el resultado. No hay democracia sin reglas claras, aceptadas por todos los participantes, pero tampoco la hay cuando el resultado está dado de antemano; por designio de unos cuantos. Eso es lo que está en juego cuando conductas fraudulentas entran en escena.

El pasado fin de semana se llevaron a cabo las asambleas distritales para renovar los órganos de dirección de Morena.

La crónica del proceso parece depender de quién narra la historia. Por un lado, se observó una concurrencia masiva a las urnas; alrededor de 2.5 millones de personas que acudieron a elegir a quienes integrarán los órganos de dirección del partido. Sin duda una participación de esa magnitud es de reconocerse; el problema, como siempre, está en los detalles.

Las asambleas de Morena tuvieron una participación masiva pero también, el más amplio repertorio de prácticas fraudulentas en años. Los medios, las redes, participantes y observadores dieron cuenta de acarreos multitudinarios, entrega de despensas, quema de urnas, disturbios, compra y coacción del voto, entre otras prácticas.

La información publicada no da elementos para definir qué tan generalizadas fueron estas prácticas, pero las imágenes muestran una clara disociación entre la realidad y las declaraciones de los liderazgos del partido. Mientras el presidente López Obrador felicitó a la dirigencia, consideró que fue una buena jornada democrática dada la gran participación y minimizó las denuncias al señalar que fueron hechos aislados, su dirigente nacional, Mario Delgado, afirmó que la “voluntad del pueblo para fortalecer” a Morena ha superado los intentos de “descarrilar el proceso interno”, que la “democracia es una realidad”, que los altercados fueron provocados por personas ajenas a Morena y que “solamente Morena hace este ejercicio democrático, plural, incluyente y transparente”. Cualquier observador de los procesos políticos mexicanos de los últimos 40 años podría informarle al flamante dirigente del partido que eso mismo se decía del PRI y en esos “ejercicios democráticos” lograban movilizar mucho más gente y con más orden.

Será interesante analizar, una vez concluído el proceso, la forma en que los liderazgos de las diversas corrientes logran acuerdos o, por el contrario, operan imposiciones. El PRI hegemónico tenía muy clara la necesidad de la disciplina y el riesgo de la ruptura interna. Sin duda imperaba la simulación, sin embargo, legitimar prácticas ilegales y corruptas aún apelando a la voz del pueblo, también es simulación.

Los procesos internos de Morena —como lo fueron los del PRI y, también, los del PRD— muestran una clara falta de convicción democrática. Es imposible fortalecer una democracia cuando los principales actores celebran la ilegalidad o pretenden esconderla. La democracia implica respeto a las reglas, convicciones y reconocimiento de las diferencias. El fin de semana vimos cómo se enfrentan simpatizantes, militantes, dirigentes —y un número indeterminado de acarreados— que, al menos en el discurso, coinciden en lo esencial. ¿Qué se puede esperar cuando se enfrenten en las urnas proyectos distintos?

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