Supongamos que por una epidemia toda la República Mexicana se viera afectada por una grave enfermedad que nos condenara a todos los mexicanos a vivir terriblemente desfigurados, con verrugas y llagas llenas de pus y hedores nauseabundos, imaginemos que tuviésemos que caminar rengueando, con una enorme joroba… ¿Qué pasaría entonces?

No faltaría el demagogo que se refiriera a nuestras cicatrices y deformaciones como a la nueva “belleza mexicana”, o que pugnara por exportar al mundo “la nueva cara de los mexicanos”… pero tal vez, habría la inquietud entre algunos científicos y agrupaciones civiles por devolver a la normalidad al rostro de nuestros paisanos.

Si esto ocurriese, ¿en cuál bando te encontrarías?

Veo con preocupación como una enfermedad espantosa, desagradable y deformante cunde entre nuestra población. La enfermedad de la falta de apego a la verdad que impera tanto entre los políticos como entre la población en general. Mentimos por sistema, para bien o para mal, mentimos siempre, desde las mentiras blancas hasta las grandes falsedades de graves consecuencias.

Habrá quien asegure que se debe, para defender la intimidad de su creador, que no hacen daño, pero nos pintan de cuerpo entero, un pueblo que miente con tal osadía, no es un pueblo confiable.

Hace unos días, mi contraparte en un juicio familiar interpuso temerariamente una promoción basada en una falsedad evidente, aseguraba dolosamente que la madre, mi cliente, no le permitía ver a sus menores hijos, a pesar de haber acudido reiteradamente a visitarlos. Sin embargo, omitió señalar que existían dos órdenes de restricción en su contra, una penal y otra dictada por la juez de lo familiar; toda vez que el proceso legal se había derivado de actos de violencia familiar y atentados contra el pudor contra su hija menor de ocho años. Así que, si en verdad había acudido al hogar materno, el demandado habría incurrido en desacato a dos mandatos judiciales, ahora, en caso contrario, incurría en falsedad de declaración, lo que también es un delito.

Le hicimos ver a la juez lo absurdo del contenido del escrito de la contraparte, asegurándonos que ella nada podía hacer al respecto, por lo que debíamos actuar en la vía penal. Al acudir con el agente del Ministerio Público conocedor del asunto, nos aseguró que no podía hacer nada, puesto que no había sido “protestado”, a pesar de que al inicio de su escrito el demandado había jurado comportarse con apego a la verdad. ¿Dónde está entonces el castigo de quien incurre en falsedad de declaración?

Evidentemente hay muchas lagunas legales que son caldo de cultivo para los malvivientes, que aprovechándose de éstas intentan hacer caer en el error a la gente de buena voluntad. Pero surge aquí otra interrogante; ¿dónde están los diputados, cuyo deber es hacer leyes que resuelvan los problemas cruciales de la sociedad?

Seguramente están ocupados en otras cosas, y como de leyes desconocen un rato ¡mejor se dedican a pasarla capulina y a vivir al gran vida a nuestra costa!

Al parecer estamos condenados a pagar fortunas por trabajos mal hechos por nuestras autoridades, quienes nos obligan a ser los patrocinadores de sus vidas licenciosas. ¡La austeridad se restringe únicamente a los ciudadanos!

Por eso amigo lector, te suplico que razones tu voto la próxima vez que alguien te lo solicite, interrógalo a fondo y no le des tu confianza a quien no lo merece.

Analista política

anargve@yahoo.com.mx

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