El ecosistema natural de AMLO es la campaña electoral. Es ahí donde se reconoce, donde se siente cómodo y mejor se desenvuelve. A AMLO no le gusta alejarse de ese ejercicio pues le genera incomodidad la interlocución con cualquier entidad que no sea “el electorado”. De ahí que su manera de ejecutar la política parte y retorna a ese principio, la política es para AMLO una perpetua campaña electoral. Para la mayoría de los políticos, la campaña es el trámite incómodo que se requiere para llegar al ejercicio del poder; AMLO ha invertido este enunciado, consciente o inconscientemente, en lugar de transformarse en estadista, ha transformado la presidencia en una campaña.

Quizás esto no debiera extrañarnos si consideramos que ha pasado la mayor parte de su vida política dentro de una campaña electoral y ha dominado el arte de dirigirse al electorado como ningún otro político contemporáneo en México. De hecho, hay que reconocer que su presencia electoral ha transformado la manera en cómo se hace campaña en nuestro país; su insistencia en el contacto directo, la gente, la tierra, ha vuelto a los procesos electorales más abiertos y audaces. Entendida a su manera, la campaña le permite subrayar sus fortalezas, el contacto directo y el mitin público, y mitigar sus debilidades, la interlocución y la intermediación. Además, las campañas están construidas en torno al candidato, permitiéndole ser el nodo central del sistema. Esta configuración le agrada mucho más que aquella de la presidencia que exige de gabinetes, división de poder e instituciones, es decir delegación de poder, interlocución e intermediación de otros actores; de lo cual desconfía.

Quizás por eso el estilo de su presidencia parece una prolongación de su campaña política. En muchos sentidos AMLO actúa y ejecuta más como un político de oposición en campaña que un presidente electo: las conferencias matutinas no facilitan ni mejoran la gobernabilidad pero sí construyen agenda pública y mediática; es decir tienen un fin promocional. El mitin público como el del Zócalo el lunes pasado, muestran músculo electoral y poco más. La idea de culpar a otros políticos de complots y confabulaciones y la utilización de un discurso polarizante son más un recurso electoral que el de un jefe de Estado. Incluso las políticas públicas tienen un fin electoral; el quitar instituciones de intermediación como las estancias infantiles, y dar dinero directo a través de becas, programas y pensiones, es una técnica para garantizar el voto electoral, no necesariamente el bienestar del país.

Esta manera de entender la política explica también por qué AMLO muestra desinterés por muchas de las formas que acostumbran los jefes de Estado del mundo. El ejemplo más claro es su política internacional; a AMLO no le gusta viajar porque no le ve un sentido inmediato electoral; ¿para qué ir a Japón a hablar con jefes de Estado si ellos no van a votar en México? ¿Para qué salir del país si el electorado está aquí adentro?

Según a quien se pregunte, la insistencia de AMLO en un referéndum de medio sexenio demuestra su poco respeto a las instituciones democráticas o su fuerte compromiso con la democracia; yo difiero con ambas posturas; el referéndum tiene un sentido más pragmático: le da brújula a un político que se siente más cómodo en campaña. De alguna forma esto resulta una genialidad; ante la resistencia de AMLO de convertirse en jefe de Estado, transforma la presidencia en una campaña electoral. Es decir, en lugar de él tener que adaptarse a las circunstancias, adapta las circunstancias a él.

En su última campaña, AMLO se dio cuenta que para ganar la presidencia no bastaba con su tradicional forma de hacer campaña de contacto y ante ello cedió y se transformó. Pronto AMLO tendrá que darse cuenta que la modalidad campaña no alcanza para ser Jefe de Estado, ¿estará dispuesto a adaptarse y emerger como un estadista? O ¿tendremos un presidente en campaña de aquí al final de sexenio? Creer que su llegada al poder puede refrescar el ejercicio del mismo, primero tiene que dejar la campaña atrás y convertirse en un jefe de Estado.

Analista político

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