Vivimos en la “Era Password”. Uno no es nada si no tiene un password.

Las claves para abrir correos o cuentas bancarias son personales y deben ser fuertes. Fuertes, explican los expertos, son aquellas que contienen una considerable extensión y tienen símbolos, mayúsculas, minúsculas y números. Dada la necesidad de los password, diversas empresas de la esfera tecnológica han organizado el Día Mundial de la Contraseña el primer jueves de mayo, cuyo propósito es reforzar la seguridad del usuario.

Antes de conocer la información previa me dediqué a crear varias contraseñas para mis cuentas de crédito y bancarias, para el hospital e internet así como para las páginas de publicaciones periódicas y para mis tres o cuatro empresas cuyo origen y oficio no puedo compartir.

Hace cinco o seis años, generé, como dije, varios password. Al cabo de un año, mis cuentas bancarias se quedaron en cero, mis tarjetas de crédito alcanzaron deudas estratosféricas, mi consultorio se quedó sin pacientes y mis empresas se convirtieron en fantasmas. Consulté a unos abogados de internet y expertos en fraudes por passwords. Me enviaron a Password Office Smith. El director me explicó que mis passwords, por simples e inocentes, habían sido pirateados. “¿Recuerda sus claves?”, me preguntó el gerente, “sí”, respondí, “1234, abcd, 4321 y ASKW” fueron las que más utilicé. “Por eso le robaron. Usurparon con facilidad su identidad. Le sugiero crear claves fuertes”, me dijo, “y no olvide verificar si usted sigue vigente”.

Me inscribí en un curso especializado en claves fuertes. El curso duró dos días, dieciséis horas en total y el costo fue enorme. El examen costoso, algo así como diez salarios mínimos, fue muy duro: cada alumno tenía que crear tres claves fuertes. Si dos alumnos generaban el mismo password eran expulsados sin misericordia y obligados a tomar un segundo curso con costo adicional —así lo estipulaban las reglas—.

Al llegar a casa busqué proteger todos mis bienes. Generé dos claves fuertes. Para que nadie las usurpara no las escribí en ningún papel. Las repetí mil veces con tal de memorizarlas. Cuando intenté utilizarlas después de un año, me percaté que las había olvidado y tampoco logré encontrar el papel donde ahora escribo para leer mis claves.

Acudí a Password Office Smith. Ninguno de los profesores nos advirtió que debíamos memorizarlas, escribirlas y/o contratar una oficina de seguridad privada para que guardasen los passwords. Yo había quebrado de nuevo. La “Era Password” y la doctora del mismo apellido discriminan: sólo admite a menores de 30 años.

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