El final de la obra de teatro toma por sorpresa al público y nos deja pensando. Cuánta verdad y sabiduría contienen la mitología y las leyendas, son un espejo para conocer las luces y sombras del ser humano.

A diferencia de las obras musicales tradicionales en Broadway, Hadestown –ganadora de ocho premios Tony y considerada la mejor de 2019– no tuvo un final feliz, mas sí aleccionador. Dos frases inesperadas en voz de todos los actores cierran la producción teatral: “Esta es una historia muy triste. Esta historia es muy antigua, sin embargo, la seguimos repitiendo”. Silencio total. Fin de la obra. Ovación del público de pie.

El musical cuenta una versión del mito griego sobre Orfeo y Eurídice que te comparto de manera breve.

Orfeo y Eurídice

Orfeo, considerado el primer músico, poeta y autor literario que recuerde la historia, compone unos cantos tan hermosos que los árboles tuercen sus troncos e hipnotizados se inclinan a escucharlo, los ríos detienen su curso y los peces asoman la cabeza para oírlo.

Un día, Orfeo se enamora perdidamente de la princesa Eurídice. Se casan y durante varios años viven felices, hasta que el malvado Aristeo, hijo de Apolo, la desea y se encapricha tanto que la persigue por todos los campos.

Eurídice, al tratar de huir de Aristeo, pisa una víbora y muere. La pena que invade a Orfeo es tal que llora y entona canciones llenas de tristeza y amargura.

Todos los dioses y las ninfas lo convencen de descender al inframundo para rescatar a su amada. Orfeo baja al reino de Hades y le canta con tanto amor a Eurídice que convence a los dioses del inframundo de regresarla al mundo de los vivos. Pero ellos acceden con una condición: que en el camino de regreso él camine frente a ella y nunca voltee hacia atrás; de hacerlo antes de que la luz bañe a los dos por completo, ella regresará para siempre al inframundo.

Orfeo estuvo de acuerdo y emprendió feliz el camino hacia la luz con su amada detrás. Durante todo el trayecto, largo, arduo, lleno de retos y obstáculos, confió y mantuvo la vista al frente. Pero en el momento en que salió a la luz, la duda lo asaltó e hizo lo que nunca debió hacer: voltear a comprobar que ella fuera detrás.

Pudo ver de Eurídice una sola pierna que había alcanzado la luz, mientras que la otra todavía permanecía en la oscuridad. Frente a su mirada atónita, la ninfa se convirtió por completo en polvo y regresó al inframundo para siempre.

La vida está en la confianza

La duda es el más sutil de todos los males. “Una vez que tomo la decisión de emprender algo, mi enfoque está hacia delante y jamás pienso en un posible fracaso”, decía mi padre, quien en su momento fuera un empresario exitoso a pesar de no tener estudios, no poder ver con un ojo y no tener un centavo.

La duda es el peor de los enemigos, capaz de matar 99 por ciento de todos los sueños. Sin embargo, nos han inculcado que la desconfianza es el mejor lugar para vivir. Cuando permitimos que la duda entre en nuestra vida, construimos una casa a la que en el día colocamos ladrillos y durante la noche se los quitamos.

“Piénsalo bien, ¿estás seguro, quién eres tú para lograrlo, cómo crees?”, nos cuestionan tanto el crítico interior, como quienes nos rodean. La duda nos impide fluir y se desliza cual serpiente en nuestra mente para causar el mal.

La vida está en la confianza. Nuestro reto siempre será el de Orfeo: confiar, confiar y confiar. Es la única manera de fluir y crear nuestro destino.

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