Hace exactamente medio centenar de años, un día como hoy, ya se encontraba la misión espacial Apolo 11 camino a su destino, tripulada por tres astronautas: el comandante de la misma Neil A. Armstrong, de 38 años; Edwin E. Aldrin Jr., de 39 años  y Michael Collins, de 38 años. Despegaron el 16 de julio de 1969 y llegaron a la luna el día 20 de julio y fue sino hasta el día siguiente que los dos primeros pisaron por primera vez nuestro satélite. Fue Amstrong, personaje demasiado introvertido, quien pisara por primera vez la superficie lunar y pronunciase la frase que a muchos nos marcara desde aquellos días: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”. A la distancia del tiempo y a la velocidad que han evolucionado la comunicación y la tecnología se antoja para algunos como un evento más, pero para muchos otros, nos continua sacudiendo la emoción y el recuerdo de algo verdaderamente trascendental en la historia del hombre.

Más allá de la preparación técnica, de los enormes riesgos que implicaba desde el despegue hasta el retorno a casa, de todas la personas involucradas en el seguimiento, comunicación, toma de decisiones y mucho más que implicó todo ello, quisiera imaginar la parte emocional de los astronautas al rebasar nuestra atmósfera terrestre y encontrarse con el silencio o los sonidos del espacio. Mirar desde la distancia nuestro planeta y constatar, de alguna manera, su grandeza y fragilidad. A lo largo de las 76 horas que implicó el traslado a lo largo de 384,400 kilómetros, cuántas cosas habrán observado y cuántas otras habrán callado el resto de sus vidas. Tal vez hayan tenido momentos de introspección, que les invitara a redimensionar el significado de abandonar físicamente su planeta y tener un propósito, por momentos incierto, de caminar donde nadie nunca antes lo había hecho.

Debo de suponer que durante el viaje y posteriormente al mismo, deben surgir más preguntas que respuestas. La responsabilidad de manejar la confidencialidad que, supongo, asumieron con la agencia espacial y con el propio gobierno de su país, seguramente impidió que algunos de ellos expresaran y compartieran muchas de las vivencias que tuvieron a lo largo de sus respectivos viajes. Fueron una docena de hombres quienes tuvieron la oportunidad de caminar sobre la luna y que lo hicieron mientras duraron las misiones Apolo hasta el año de 1972. Hoy día tan solo sobreviven cuatro de ellos y de ésta, la primera misión de alunizaje, Edwin Aldrin, a quien apodaban Buzz y como mero dato curioso, su apodo inspiró al personaje Buzz Lightyear de la serie Toy Story. Muchos de ellos fueron verdaderamente sacudidos por la experiencia y sus vidas cambiaron sustancialmente a su regreso, algunas para bien y otros fueron víctimas de sus propias circunstancias.

A la distancia de estos 50 años, el tráfico alrededor de nuestro planeta está cubierto por cerca de 3 mil 500 satélites artificiales en pleno funcionamiento y por otros varios miles más objetos y basura espacial que han llegado allá desde el año de 1957, cuando por primera ocasión, el histórico satélite ruso Sputnik fuera puesto en órbita, dando con ello inicio a la carrera espacial entre varios países.  Sin embargo, las nuevas generaciones ya ven como algo cotidiano el uso de aplicaciones que utilizan la tecnología satelital para brindar servicios de múltiple índole. La urgencia de ir mucho más allá de nuestro planeta en misiones tripuladas, ha quedado en un receso hasta que las condiciones, políticas, tecnológicas y financieras lo permitan de nuevo para dar forma a otros sueños que vendrán.

Aún guardo la emoción del niño de nueve años frente al televisor y la manera que, desde entonces, me sigue cautivando la luna en las noches de claridad y calma, que nos invita a mirar mucho más lejos de lo que acostumbramos y a preguntarnos muchas cosas más sin respuesta inmediata. Disfruto cuando aún puedo usar el viejo telescopio que adquiriera hace más de 34 años y que permite sorprenderme cada vez al mirar un poco más de cerca la superficie lunar y, a lo lejos, algunos de los planetas como Júpiter  con sus lunas y Saturno con sus anillos. Me queda el propósito como fotógrafo de aprender a tomar fotografía estelar, dando vuelo a la ilusión de viajar más allá, hasta donde se encuentra el mar de la tranquilidad, como una ironía en relación al mundo que vivimos en la actualidad.

Son cinco décadas, en las cuales el mundo ha evolucionado a velocidades y distancias insospechadas, ojalá y se den eventos de tal magnitud que merezcan celebrar de nuevo a lo largo y ancho de este planeta y de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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