Podemos imaginar su muerte: habría iniciado en su cabeza y de ahí, hasta la planta de sus pies. Sus ojos habrían perdido la posibilidad de mantener la mirada. Uno de ellos, o ambos, comenzarían a desviarse, generándole estrabismo y visión doble (diplopía). Sus párpados se habrían derretido del rostro (ptosis) y tragar saliva debió doler como el infierno (disfagia). Aunque quisiera avisar que algo estaba mal, no habría podido articular palabras ni emitir sonidos y así, encerrado en una canción desesperada, se habría hundido en el silencio, con un cuerpo que no tiene la fuerza suficiente para huir de sí mismo. Probablemente el personal del hospital Santiago acudiría desconcertado y se preguntaría cómo es que un hombre que ingresa por cáncer de próstata manifiesta estos síntomas. Mantenerlo vivo debió ser su misión y para ello habría sido indispensable darle asistencia respiratoria de inmediato, antes de que la parálisis alcanzara su diafragma y otros músculos responsables de inflar los pulmones. En los últimos momentos mientras se quedaba catatónico, Neruda habría estado consciente, pues el botulismo deja intactas las funciones mentales hasta que la falta de oxígeno, la hipoxia, arranca la posibilidad de seguir consciente en los últimos momentos en que la vida se apaga.

La versión oficial dice que el poeta Pablo Neruda murió por cáncer de próstata el 23 de septiembre de 1973, tan solo 12 días después del golpe militar de Pinochet. Bajo el yugo de la dictadura chilena, apoyada por Estados Unidos, se rumoraba que el también miembro del partido comunista de Chile habría sido envenenado. Esa sospecha persistió hasta este siglo, cuando un juez ordenó la exhumación de los restos del poeta para un análisis forense que diera luz sobre su muerte. El grupo de investigadores internacionales en 2017 concluyó que la causa de su muerte no fue el cáncer con el que tantos años vivió. Fue otra cosa.

“Se encontró la bala mortal de Neruda, que la tenía en su cuerpo. ¿Quién la disparó? Eso se verá próximamente, pero no cabe duda que a Neruda lo mataron”, declaró Rodolfo Reyes para la agencia EFE, en febrero de este año.

El Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos clasifica agentes de potencial uso para bioterrorismo. Entre los categorizados de mayor peligrosidad están las toxinas botulínicas que producen varias especies de bacterias Clostridium y 100 nanogramos de esta toxina habrían sido suficientes para matar a alguien con la complexión de Neruda, que pesaba unos 100 kg en fechas cercanas a su muerte.

En sus hambrientos dientes se encontró la toxina botulínica que provoca parálisis generalizada, evitando la liberación del neurotransmisor acetilcolina que finalmente le quitó el último aliento y que ahora conocemos, debido al reclamo de justicia de sus familiares y los laboratorios que tienen la capacidad instrumental de detectar moléculas que a veces se dan en la naturaleza y otras, se convierten en un dispositivo de muerte al servicio del poder.

@chrisantics

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