“En boca cerrada no entran moscas”, refrán popular que he vivido en carne propia en variadas ocasiones a lo largo de mi vida personal y profesional. Esta simple expresión tiene algunas implicaciones —desde mi perspectiva muy particular—; una de ellas, la prudencia con que debemos conducirnos al generar, transmitir o retransmitir un mensaje; es un tema de ética sobre aquello que escuchamos y con mucha facilidad retomamos añadiéndole en algunas cosas información adicional de “nuestra cosecha”; la segunda implicación conlleva el tener en cuenta la fuente de la información; no se trata de hacerle al Sherlock Holmes o de pretender hacer periodismo de investigación, se trata de identificar que aquello que transmitimos puede tener una intencionalidad mucho mayor que solo hacer ruido, generar un “trending topic” o ganar adeptos —por no decir seguidores— en las redes sociales o en el canal que utilicemos para “transmitir” o replicar la información; se trata por el contrario de hacer que la información empodere a otros y les permita tomar decisiones mucho más “informadas”.

La Postverdad, fenómeno surgido más recientemente, gracias a las redes sociales y a la comunicación por medios digitales, conlleva grandes riesgos.

El diccionario de Oxford define el término como “el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y las creencias personales”. Es decir, es una situación en la que, sin importar si aquellos hechos que se desean comunicar son verdaderos o falsos, y se toma como verdad lo que encaja con el sistema de creencias de la audiencia, o con su contexto social o emocional.

Un caso recientemente acaecido en nuestro país fue el del supuesto rescate de #FridaSofia, estudiante de educación básica supuestamente atrapada entre los escombros del colegio Enrique Rébsamen en la Ciudad de México, noticia que trajo a millones de mexicanos pendientes de las redes sociales y de los medios de comunicación por conocer sobre la posibilidad del rescate, justo en un momento emocional del país con la necesidad de sujetarse a escenarios sublimes de héroes y heroínas buscando vidas que salvar, esperanzas que mantener, causas por las cuales seguir de pie.

Esta postverdad terminó nuevamente por evidenciar la frivolidad de los medios electrónicos y la irresponsabilidad de algunas autoridades en momentos de crisis en nuestro país. Produjo una falta de credibilidad en el medio y en la fuente, aunque sólo de manera momentánea.

En esta Era de la Información, donde los mensajes se cuentan por cientos, la información se antoja variada, atractiva para viralizar, para sutilmente deformarla —solo un poco, qué tanto es tantito—, es cuando más conciencia debe existir por todos aquellos que tenemos la responsabilidad de informar, de compartir o simplemente de retransmitir mensajes con un “like” con un “RT” o con un mensaje más formal.

La desinformación en la Era de la Información es mucho más peligrosa, mucho más fácil de transmitir y mucho más dañina que antes, por esto es que tanto las organizaciones públicas como privadas tenemos la responsabilidad de informar adecuadamente, de validar aquello que retransmitimos, de ser conscientes del impacto, tanto positivo como negativo de lo que compartimos, finalmente, en bocas cerradas, no entran moscas.

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