Para hacer frente a las grandes crisis se necesita la grandeza humana en todos los rubros. Los políticos suelen ser mezquinos y fallar ante las citas históricas y es ahí dónde se requiere gente de acción y de pensamiento que pueda compensar las carencias de los líderes políticos. Filósofos, artistas, académicos y periodistas que estén a la altura de la crisis. Mucho hemos analizado el trabajo de los líderes políticos ante la pandemia, ¿y el rol de nosotros?

La pandemia ha revelado el poco espacio que tiene el pensamiento en nuestro mundo. Los pocos que ejercen el pensamiento profundo se encuentran marginados del debate público por aquellos que han tergiversado el sentido de la “intelectualidad” y la han convertido en un triste espectáculo mediático. Aquellos cuyo rol es ayudar a la sociedad a informarse, pensar, analizar y decidir, han optado por el activismo político. El espacio para el pensamiento es mínimo porque todos los que deberían participar en él, están muy ocupados en la militancia.

En el momento en el que la sociedad y el país más necesitan de pensadores claros, profundos, valientes e inteligentes, lo que tenemos son pensadores que actúan bajo el mismo ritmo, los mismos estímulos y las mismas ambiciones que los políticos. Se trata de una supuesta “clase intelectual” atrincherada en posiciones ideológicas, de clase o en una agenda política. El espacio del pensamiento ha sido convertido en trincheras del combate panfletario. Se discuten intereses no ideas.

Esto es evidente en las redes, el espacio que ha monopolizado la visibilidad del pensamiento. Si no estás en las redes no existes, pero paradójicamente a la mayoría de los que realmente les atrae el pensamiento profundo, les causa rechazo el mundo de las redes. Las redes son útiles para muchas cosas, pero no parecen ser el campo propicio para las ideas. En un análisis de la pandemia, el filósofo Alain Badiou señala: “Las llamadas ‘redes sociales’ muestran una vez más que son un lugar de propagación de la parálisis, de la bravuconería mental, rumores incontrolados, el descubrimiento de ‘novedades’ antediluvianas, o de fascinantes oscurantismos.”

Nueva paradoja: cuando los políticos más tendrían que refugiarse en el pensamiento, es el pensamiento el que se está refugiando en la política. La intelectualidad se identifica a sí misma por el bando político al que pertenece. No buscan generar ideas sino ganar argumentos, aunque el triunfo de sus argumentos represente una derrota para la sociedad: el pensamiento rebajado a intereses personales y políticos. El pensamiento confinado al maniqueísmo simplista de la politiquería y la militancia. Confrontados a una enorme crisis, los políticos y la sociedad debieran encontrar salidas a través de sus pensadores y sus ideas; ¿Qué pasa si no las hay?

Hemos caído víctimas del modelo de entretenimiento al que se ha sometido a la inteligencia en muchas partes del mundo; el modelo CNN-FOX que busca reducir la amplitud y diversidad de la mente humana a una de dos maneras raquíticas de entender el mundo. Es normal que la mayoría de los políticos no puedan salir de ese encierro bicéfalo, es triste que los bienes intelectuales de una sociedad siguen sus pasos sin siquiera cuestionarlo.

A la mayoría de los que debieran ejercer el rol del pensamiento, la crisis les ha quedado muy grande. Se encuentran enfrascados en una batalla intrascendente por lo que sospechan es el poder político; como niños jugando a jalar la cuerda para su lado. Las redes sociales se vuelven un campo futil de batalla, no solo por la intrascendencia de lo que se dice ahí ante la monstruosa inmensidad de la crisis, sino porque finalmente es una conversación ante el espejo. Cada uno predica a sus propios apóstoles, confirma prejuicios, fobias, filias y nociones que ya se tenían. Entre los que piensan igual se dan palmadas en la espalda, retuits, y mensajes que empiezan con “Ojo”, “Lo que no entienden”, “lo que tienen que entender”; la moralina discursiva: la intelectualidad derrotada ante el lenguaje de la emocionalidad y el puritanismo moral.

Los periodistas ansiosos por encontrar una inconsistencia con qué golpear a sus adversarios, no por afán de informar sino de ganar. Los columnistas y analistas destruyéndose unos a los otros no por una idea sino por un prejuicio o una agenda; luchando por los aplausos y el RT de sus coequiperos y no por la valentía o profundidad de su pensamiento. Los pensadores defendiendo a algún bando político, los artistas paralizados o partidizados, los filósofos extintos. Un ejercicio comunicacional masturbatorio; cada quien se habla a sí mismo y a aquellos que piensan como él o ella. No hay diálogo, no hay pensamiento, y definitivamente no hay ideas.

Los hombres y mujeres cuyo trabajo es pensar y analizar están muy ocupados twitteando sus agendas y sus militancias para poder atender las necesidades de una sociedad paralizada ante una crisis. Después de la crisis todo va a cambiar, pero si no se empiezan a generar ideas, a permitir el pensamiento profundo, a analizar escrupulosamente la realidad, ¿Cómo vamos a construir un nuevo mundo que no sea igual al que nos acaba de explotar?

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