Como en 1981, en que Carlos Tello y Rolando Cordera escribieron el libro: México, la disputa por la nación, donde analizaban las opciones a través de las que México podría recuperar el rumbo y superar el agotado y obsoleto régimen nacionalista del PRI, frente a las aspiraciones de sectores que demandaban ser parte de las naciones modernas capaces de autodeterminarse y contribuir al establecimiento de una realidad mundial más equitativa, hoy, México se encuentra, de nuevo, ante el viejo dilema pendular de volver al esquema nacionalista del viejo PRI o ser parte del movimiento neoliberal.

Y aunque parece que sólo hay dos opciones —el nuevo socialismo populista y el neoliberalismo—, se hace necesario repensar esta polaridad excluyente y asumir el doble reto del desarrollo económico y el progreso social en armonía.

Si bien el neoliberalismo y su proyecto globalizador sólo han permitido que los sectores privilegiados se beneficien, y no han contribuido a mejorar las condiciones de los sectores rezagados y marginados, tampoco el neopopulismo morenista ha mejorado las condiciones de estos sectores en México.

Es evidente que la 4T carece de rigor técnico y científico para ser considerado un modelo de desarrollo propio, capaz de generar progreso y bienestar social.

A diferencia de 1991, en que la reflexión era introspectiva, en 2022 la lucha es entre bloques ideológicos que se disputan el futuro y pretenden definir el rumbo político del continente.

Mientras el Foro de Puebla y Sao Paulo pretenden imponer el socialismo del siglo XXI centrando la conducción del bienestar en el Estado, el neoliberalismo económico privilegia el desarrollo a partir del esfuerzo de los más capaces y mejor dotados, dejando fuera a quienes menos capacidades y oportunidades tienen.

La disputa entre estos dos viejos modelos cierra la posibilidad a repensar opciones capaces de colocar en el centro de la vida política, económica y social a la persona, como lo hizo el modelo de economía social de mercado alemán, que cerró la brecha entre los que más y menos ingresos percibían, permitiendo un desarrollo más equitativo. Así logró erigirse en lo que hoy es: el motor económico de Europa.

La afirmación de que México se encuentra en riesgo de una regresión democrática, suscrita tanto por los expresidentes Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) y Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) en el marco de la Fundación Internacional para la Libertad, encabezada por el premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, hace unos días, en Madrid, con motivo de su vigésimo aniversario, nos hacen reflexionar sobre cuál es el modelo político que más conviene a nuestra nación —al margen de estas dos opciones— para posicionarnos en el ranking mundial con una propuesta propia que garantice el bien ser y el bienestar de los mexicanos.

Entre las opciones partidistas de Morena, y la oposición, la sociedad no encontramos posibilidades reales. A pesar de que ambas pretenden ser el día que ilumine nuestras vidas, en realidad son la noche porque carecen de propuestas humanistas.

Hoy, el futuro de México no depende exclusivamente de los partidos, sino de la sociedad organizada, llamada a construir sus propias opciones —al margen de las mencionadas— y canalizarlas a través de estos. Estamos llamados a ser responsables de la conducción de nuestro futuro y acabar el movimiento pendular. De lo contrario, nuestra democracia seguirá en riesgo.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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