Abuelito, ¿quién fue José Luis Cuevas?

—Un pintor y dibujante, que también grababa y esculpía, además de escribir. ¿Por qué?

—Es que El Benja’s me mandó un texto que ganó un premio nacional como artículo cultural, y que habla de ese señor Cuevas.

—Déjame ver quién es el autor. ¡Ah! José Antonio Gurrea. Es director de EL UNIVERSAL de aquí de Querétaro. Aquí dice que ya había ganado en 2008, 2009 y 2016 otros premios nacionales. ¿Y ya lo leíste?

—Sí. Por eso te pregunto, porque hubo algunas cosas que me gustaría comentar contigo.

—Déjame leerlo y lo comentamos ahorita que termine.

***
—A ver, hijo, ahora sí, ¿qué fue lo que no entendiste?

—No, si sí le entendí a todo, pero… ¿Por qué me causó tanta tristeza, si ni conocía al señor?

—A ver, cuéntame lo que leíste, para  entender por qué entristeciste.

—En la secun, mi maestro de español, nos dejó leer una novela que se llama Aura.

—Sí, es de Carlos Fuentes. De hecho José Luis Cuevas, vivió en la casa que había sido de Fuentes. Pero, ¿qué tiene que ver Aura con todo esto?

—Pues, no sé por qué, pero mientras el reportero caminaba detrás del señor Cuevas, siguiendo su voz dentro de la casa, me recordó al personaje que caminaba atrás de la voz de la viejita de Aura. Me hizo sentir, que en ese pasillo largo y silencioso, yo tenía mucho frío, aunque afuera de la casa había sol y ruido. Era como si ese Cuevas, estuviera adentro de una cueva, custodiado por su esposa, que lo tenía castigado. ¿Era mal hombre?

—Cuevas, a los nueve años, entró como oyente a la escuela de pintura más importante de México y a los 14 años, ya había alquilado un estudio cerca del Teatro de la Ciudad, donde se la pasaba pintando todo el tiempo cuadros que vendía a buen precio. Creció y viajó por todo el mundo. Pablo Picasso compró algunas de sus obras. ¡Hasta protestó en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam!

—¿Lo conociste?

—Una vez, se subió al vagón del Metro en que venía. Lo acompañaba una muchacha muy guapa, mucho más alta que él. Nos bajamos en la estación Zócalo. Durante esas dos o tres estaciones, pude observar a un hombre pequeño, desnalgado, medio jorobado, que no dejaba de reír. Vestía un pantalón de mezclilla acampanado, cuando las campanas ya habían pasado de moda.

—Entonces, por fuera era una persona como cualquier otra. Lo importante lo tenía dentro.

—Durante muchísimos años, José Luis Cuevas fue considerado un hombre irreverente, muy coqueto, peleonero, defensor de su arte, egocéntrico, controvertido porque no era una creador convencional. Rompió con muchos paradigmas artísticos establecidos. ¡De hecho, él fue quien bautizo a la Zona Rosa de la Ciudad de México, con ese nombre!

—Me recuerda a un monólogo donde el personaje va a dar una conferencia, y todo el tiempo se la pasa quejándose amargamente de lo mal que lo trataba su esposa, y al final cuando ella regresa, con mucho miedo nos suplica al público, que si  su mujer nos preguntaba de qué había hablado, le dijéramos que sobre de los daños que causa el tabaco.

—Si ese texto generó, en uno solo de sus lectores, desesperanza y tristeza por rey seductor y despiadado, convertido en un hombre mal tratado, triste y asustado, castigado por quien a su corazón había entregado, reducido hasta en su capacidad por llorar, entonces logró su cometido.

—Abuelito, ¿será que por despertar esas emociones en quien haya leído el texto, lo hayan premiado?

—¿Será? Para esa pregunta, solo tú tienes la respuesta.

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