Parece indiscutible que los mexicanos votaron, entre otras cosas, en contra de la corrupción, definiendo que AMLO sería quien podría combatirla desde el gobierno. Para algunos fue incluso objeto de crítica que López Obrador utilizara el combate a la corrupción como la medicina para todos los males, pero al final la estrategia discursiva fue la correcta, pudo endosar esa práctica, aborrecida por los electores, a sus contrincantes y logró venderse él y a su partido como la única alternativa para terminar con ella. El reto de erradicar la corrupción no tiene precedentes, porque la tentación siempre estará ahí.

La cruzada va más allá para el tabasqueño, ya que no sólo plantea acabar con los corruptos, sino que lo combina con lo que pareciera su antítesis: que los funcionarios ganen menos, austeridad republicana a la que al menos él parece encarnar, pero por más que se centralice el poder, será imposible controlar que todos tengan los mismos principios.

Morena hizo una lectura correcta sobre el hartazgo con respecto a los negocios de los políticos y su enriquecimiento. Por décadas los mexicanos hemos visto a la política como la actividad que puede cambiar radicalmente la forma y estilo de vida de quienes logran entrar, ha sido como sacarse la lotería para algunos, pero a costa de muchos, vía extorsiones, moches, triangulaciones, donde los particulares son muchas veces cómplices e instrumentos indispensables.

Sin embargo, las riquezas inexplicables de muchos políticos y funcionarios en todos los niveles de gobierno jamás podrían ser justificadas por sus sueldos, por altos que éstos fueran. Si bien el mandato de la elección pasada fue dar un golpe de timón, lo cierto es que el gobierno seguirá jugando su papel del gran comprador de la economía nacional, el que contrata servicios de muy apetitoso valor y el regulador de varios sectores donde un sí o un no hace toda la diferencia para un que se pueda concretar un negocio.

Pero Morena enfrenta en su propio éxito un enorme reto que no sólo está en la federación, sino también en cinco estados y cientos de importantes municipios de la república donde obtuvieron contundentes triunfos. Detrás de ellos está la confianza de la gente que espera un cambio, empezando por gobiernos honestos. Los ojos de Andrés Manuel, su equipo y del Sistema Nacional Anticorrupción, aún cojo, deberán estar en varios lados a la vez.

Quizá haya ex presidentes municipales tan o más ricos que ex gobernadores, pero quién los toma en cuenta, su detención no sería nota necesariamente. A veces pasamos por alto figuras como las de los regidores, ahora también los habrá en las alcaldías de la Ciudad de México, que en varios lugares de nuestro país han sido los principales operadores de sobornos a cambio de negocios inmobiliarios o las jugosas concesiones de servicios, que harían palidecer a cualquier legislador federal. Por supuesto, los hay capaces y honestos, pero es difícil sostener que son una mayoría. Ahí se abre un gran riesgo con respecto al eje rector no sólo de la campaña de Morena sino del gobierno entrante que generó en muchos esperanza de acabar con las corruptelas.

La decisión del gobierno entrante de disminuir los sueldos podría tener impacto en el combate a la corrupción. Habrá que estar al pendiente de que los funcionarios se conformen con trabajar a cambio de menos y no que estén pensando, como tantos hoy, que el sueldo es el ingreso fijo, pero que el variable producto de la corrupción siempre será mucho más interesante. También debe discutirse el concepto de conflicto de interés, ya que con los salarios que se pagaran a altos funcionarios, más de uno buscará tener ingresos adicionales por otra vía, que no necesariamente ilegal, pero todo lo que hagan parecerá producto de su puesto y no de su side business. Al final la tentación seguirá siempre ahí, el objetivo es complejo.

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