Mi ciudad tiene muchos sonidos con los que nos habla a través del tiempo. Hoy se escucha más frecuentemente molesta con los motores y claxonazos, que nos invitan a sus habitantes a pensar en aquella ciudad que ya nunca será. Pero también mantiene algunos  ruidos de antaño, como aquellos emitidos por las parvadas de tordos que al atardecer retornan a ocupar las ramas de los árboles que estoicamente los hospedan todos los días en las escasas áreas arboladas, mientras que los ancestros de dichas aves fueron habitantes del viejo casco urbano,  particularmente en el jardín Guerrero.

Se acabaron con el paso de los años el sonido de los cascos de los pecherones, que recorrían las calles vendiendo la leche de la ex hacienda de Carretas, y el golpe de las barras metálicas que anunciaban el inminente arribo del camión de la basura en una ciudad que fuera orgullosamente limpia. Poco a poco se ha ido extinguiendo el grito de los voceadores que temprano caminaban ofreciendo los periódicos y por las tardes, el sutil tintineo del triángulo musical que anunciaba la venta de los esbeltos barquillos de dulce.

Solamente mantiene el repicar de las campanas, aquellas que tienen grabado su nombre, como para arraigarlas por siempre en sus entrañas. Son campanas que cuando tenemos oportunidad de escucharlas en el Centro Histórico, nos llega de golpe la nostalgia de otro tiempo en una ciudad distinta, que entonces nos acariciaba con sus murmullos y nos sorprendía con los mismos atardeceres que hoy día nos permiten, de vez en vez, escuchar en la caída del sol viejos recuerdos en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

Google News