Con el inicio del año, la capital mexicana da un importante paso en la lucha contra el cambio climático. El primero de enero entró en vigor la Ley de Residuos Sólidos de la Ciudad de México, la cual prohíbe la comercialización, distribución y entrega de bolsas de plástico desechables. De esta forma, la capital mexicana sigue los pasos del municipio de Querétaro, el primer lugar de México donde se prohibieron las bolsas plásticas de un solo uso.

La Ciudad de México es el núcleo urbano más poblado del país —y uno de los más poblados del mundo—, y es el centro político, económico y social de México. Lo que pasa en la Ciudad de México tiene un impacto directo en la vida nacional. En este sentido, la entrada en vigor de esta nueva ley es un paso fundamental para desterrar los plásticos de un solo uso en todo el país.

En lo personal, esta medida da un sentido de trascendencia al trabajo hecho en el municipio de Querétaro: fuimos nosotros, en la administración que tuve el honor de presidir, los que el 1 de agosto de 2018 desterramos las bolsas de plástico de un solo uso; fuimos nosotros los que luchando contra corriente empezamos este movimiento nacional que no tiene otro objetivo que heredar un mundo mejor a nuestros hijos. Una vez más, lo que empezó en Querétaro se convierte en un camino de futuro para todo el país.

No podía ser de otra forma. La crisis medioambiental que vive el planeta a causa de los plásticos de un solo uso es de extrema gravedad. Los mares, los ríos y los lagos acumulan toneladas de basura. Los peces se asfixian por la cantidad de plástico que los circunda, y, en última instancia, somos nosotros y nuestros hijos los que ingerimos en nuestros alimentos los residuos plásticos provenientes de las mismas bolsas, unicel y popotes que usamos todos los días. Somos nosotros los que nos causamos el daño más grave y, al mismo tiempo, los que acabamos con el único hábitat que tenemos.

Bajo este panorama surge la urgencia de poner fin a los plásticos de un solo uso. Una bolsa de asa se utiliza lo que tardamos en llevar la compra del supermercado a nuestra casa: un promedio de 12 minutos. Un popote se utiliza lo que tardamos en tomarnos un refresco: un promedio de 7 minutos. Un vaso de unicel, en el mejor de los casos, nos dura el tiempo que dura una reunión con amigos. Sin embargo, la bolsa de asa, el popote y el vaso de unicel tardan hasta cuatro siglos en degradarse y en el “inter” causan un daño devastador en mares, subsuelos y fauna.

Tan solo hablando de bolsas de plástico, los mexicanos utilizamos 84 mil 500 millones de unidades al año. Una cantidad exorbitante que se puede sustituir, sin dificultad, por bolsas reutilizables como las que usaban nuestros antepasados. Un ligerísimo cambio de hábitos que tiene un profundo impacto medioambiental.

Justamente ese fue el sentido de la reglamentación impulsada por mi administración municipal: más allá del aspecto coercitivo, la meta fue cambiar los hábitos de consumo y vida, para transitar de una sociedad contaminante a una sociedad donde se privilegia el uso de productos biodegradables, se procura la reutilización y, lo más importante, donde el gobierno y los ciudadanos trabajan juntos para preservar las riquezas naturales.

Celebro que este movimiento ahora tome fuerza en la Ciudad de México, donde se generan alrededor de 13 mil  toneladas de basura diaria, de la cuales se reciclan tan solo mil 900 toneladas. En este sentido, acabar con las bolsas de plástico en la capital significa reducir considerablemente la basura generada diariamente, significa reducir el volumen que llega a los rellenos sanitarios y significa una importante medida para reducir la huella de carbono del lugar más poblado de México.

Ahora que ya se dio este importante paso en la Ciudad de México se debe aprovechar el ímpetu para llevar esta medida a todo el país. Este es el momento de actuar. Este es el momento de cambiar nuestras leyes y nuestros hábitos. Este es el momento de salvar el planeta.

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