Las lágrimas ruedan por mis cachetes. Tengo un dolor en el pecho y me cuesta concebir el ritmo de mis respiraciones. Pensarías que una mujer que está metida en el sistema penitenciario, que está en contacto con la miseria humana de forma constante y que lucha contra corriente con las historias de corrupción e injusticia todos los días está curtida. Pensarías que con dificultad me quiebro ante situaciones de desgracia humana. Yo pensaba lo mismo.

Tiene 17 años, bueno eso creemos, y sale en dos días de la comunidad de tratamiento para adolescentes en conflicto con la ley. Por su propia seguridad en sus entrevistas nunca especificó de qué entidad es originario. La realidad es que cuando salga probablemente lo vayan a matar y hoy hay poco que podamos hacer para evitarlo. Estamos tratando de sacarle un acta de nacimiento para que por lo menos salga con ese documento que lo identifique. El nombre se lo pusieron en esta institución por practicidad. No tiene conocimiento de cuándo nació o desde cuándo vive en la calle. No conoce quién es su mamá, ni mucho menos su papá. Por lo poco que ha investigado, su madre se dedicaba a la prostitución y en una de muchas ocasiones fue violada y él es producto de ese abuso sexual.

Desde que tiene uso de razón fue admitido por la delincuencia organizada. La falta de redes de apoyo e identidad que tenía fue un área de oportunidad para este grupo criminal. Fue entrenado para matar niños, mujeres embarazadas y sacerdotes. Estuvo encargado de las casas de seguridad donde se asesinaba gente y deshacían los cuerpos. Cuando las fiestas se ponían intensas lo usaban como el “pasivo” en las orgías que se organizaban.

Su mirada está completamente perdida. Por más que busco, no encuentro la inocencia que debería tener cualquier niño. Le pregunto qué le viene a la mente cuando le hablo sobre amor y afecto. No tiene respuesta. Me habla de odio, violencia y venganza. No conoce otra cosa.

Estoy sentada con mi equipo y no encontramos una salida. Hacemos llamadas para ver si quizá alguna institución pueda acogerlo. Rebotamos nombres de los mejores psicólogos en trauma infantil y criminólogos de México. Pocos nos dan una solución. Otros nos recalcan los riesgos en materia de seguridad que existen. Las alternativas se nos reducen. Los momentos de silencios se vuelven más extensos. Con segundo año de primaria inconcluso, una identidad incierta, y su familia delictiva como su única red de apoyo, hay pocas cosas que podamos hacer por él.

Hay 35 mil niñas y niños que hoy pertenecen a la delincuencia organizada. Han encontrado trabajo y familia como vendedores de droga, halcones y/o sicarios. Hay centros creados en los espacios más recónditos de nuestro país que tienen todo un ciclo sistematizado de cómo formar niñas y niños desde los siete u ocho años, para que sean miembros fieles y sin límites de las tareas incansables de vender droga, matar gente, desmembrar cuerpos humanos y luego deshacerlos en tambos de ácido. Están entrenados para cuidar a sus comandantes y defender las plazas a como de lugar.

¿Qué hemos hecho como sociedad para tener niños entrenados para matar?, ¿Qué tan deshumanizados podemos estar para permitir que existan niños que ni siquiera tienen nombre?, ¿Cómo podemos dormir en las noches sabiendo que nuestra falta de políticas públicas e instituciones gubernamentales están cerrando la llave del presupuesto para las víctimas de este país?, ¿Qué tenemos que cambiar para que la delincuencia organizada no vea una área de oportunidad en usar a los niños como carnes de cañón?, ¿Qué necesitamos que pase en México para que digamos basta?, ¡Basta ya de justificar nuestra indiferencia!, ¡Basta de que nuestros niños piensen que la cárcel es lo mejor que les ha pasado!, por miedo a morir…

Presidenta y cofundadora de Reinserta AC.

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