Llevaba varias semanas contra las cuerdas: los pésimos datos económicos, el escándalo de los feminicidios, la incapacidad para vender o rentar el ex avión presidencial que convirtió a México en el hazmerreir internacional con lo de la rifa, la creciente crisis de abasto de medicamentos y de atención en el sector salud.

Había incluso tropezado con una declaración desafortunadísima, algo no tan usual en él, dueño de lo que se conoce en inglés como una “lengua de plata”, es decir, que es bueno para hablar: “no quiero que los feminicidios opaquen a la rifa”, dijo el Presidente y tuvo que ofrecer disculpas.

Incluso las mediciones día a día de su popularidad registraban una clara curva descendente: el desgaste habitual del ejercicio de gobierno, cuando se prometió mucho y se cumple francamente poco.

No llevaba una buena racha el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Pero hace unas horas fue capturado Emilio Lozoya, ex director general de Pemex, considerado el artífice de una transa multinacional y multimillonaria, que se volvió en la opinión pública el ícono de la corrupción del viejo régimen, símbolo de las tropelías del régimen de Peña Nieto.

La detención de Lozoya, si no queda libre en breve, permite al presidente López Obrador recordar a la ciudadanía por qué votó por él, por qué llegó a Palacio, por qué le está costando tanto trabajo dar resultados.

Impulsa la narrativa central de su permanente campaña política, es gasolina para argumentar que los gobiernos del pasado dejaron en tan mal estado a México que no es tan sencillo limpiarlo y sacarlo adelante. Oxígeno político, oxígeno puro.

Lozoya en prisión se vuelve el recordatorio del que puede echar mano el presidente. Lo que diga o deje de decir en sus declaraciones el ex director general de Pemex, servirá al discurso presidencial.

El presidente gana tiempo. Y a poquito más de un año de gestión, todavía puede emplear el recurso de culpar al pasado, porque el pasado sí fue un desastre.

Ojalá el Presidente no piense que este tanque de oxígeno llamado Lozoya dura para siempre. Si sigue sin dar resultados, la efectividad de ir metiendo a la cárcel a íconos de la corrupción puede tener cada vez menos rendimientos políticos, es decir, los tanques de oxígeno serán cada vez más chicos.

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