Los ciudadanos estamos muy decepcionados de lo que acontece en el manejo de los asuntos públicos. En especial, donde interactúan el Poder Ejecutivo federal y el Congreso de la Unión. Una variable importante en el buen desempeño político es la calidad de la oposición. En la primera parte de este artículo, cubrí  ejemplos que lo ilustraban. Llegué hasta la primera mitad del gobierno del presidente Fox. Ahora continúo desde su segundo trienio hasta  llegar a la actual administración.

Prueba cuatro. En la segunda mitad del presidente Fox vimos algo insólito. Una oposición que logró mayoría en la Cámara de Diputados buscó imponer su voluntad durante la aprobación del Decreto del Presupuesto de Egresos de la Federación de 2005.  Las modificaciones al DPEF tenían implicaciones inaceptables para el presidente Fox. Pese a que juristas más connotados argumentaban que el Ejecutivo federal no podía vetar dicho decreto, el presidente Fox presentó una controversia constitucional que la Suprema Corte de Justicia lo respaldó. Fue una gran muestra de la activación de pesos y contrapesos así como la división de poderes.

Prueba cinco. Con grandes dificultades, incluso de acceso al recinto legislativo, Felipe Calderón (FCH) logra protestar como presidente de la República tras unas elecciones reñidas y cuestionadas. No obstante esta peculiaridad, no se formó en la Cámara de Diputados un frente con los votos suficientes para obstaculizarlo. Parte de la oposición (PRI y PVEM) trabajó con el PAN para reformar el sistema de pensiones de los servidores públicos federales. No hubo oposición a la senda de endeudamiento público que inició el gobierno federal.

Prueba seis. El inicio de la administración Peña Nieto será recordado quizá como uno de los inicios más contundentes de una Presidencia. El Pacto por México logró conformar en el Congreso de la Unión y en el Constituyente Permanente una mayoría para transformar estructuras productivas obsoletas. Quizá la oposición con mayor calidad que ha tenido un Ejecutivo federal después de la primera alternancia, indiscutiblemente fue la de la LXII Legislatura. La oposición proactiva contribuyó a enriquecer las iniciativas enviadas por el Ejecutivo federal. Los cambios que se introdujeron a los textos de las iniciativas de  reforma constitucional fueron importantes. La oposición proactiva no dio cheques en blanco; mediante artículos transitorios se ocupó de darle dirección a la legislación secundaria. Los pesos y contrapesos entre dos Poderes se activaron y el país ganó.

Prueba siete. En la segunda mitad de esta administración, la LXIII Legislatura parecía prometer. Tuvo un logro importante con la aprobación del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). Sin embargo, en el camino se desinfló. Trae muchos pendientes, entre los que destacan nombramientos fundamentales para activar el SNA, hasta la Ley de Seguridad Interior. Como suele suceder en las segundas legislaturas de un sexenio, los demonios de la codicia de poder se apoderan de la política y la calidad de la oposición se desploma. Elecciones a gobernador y la elección presidencial para el 2018 ocupa sus mentes.

Estamos aprendiendo una importante lección. La oposición que logra mejorar las iniciativas del presidente o que promueve iniciativas de ley para cambios fundamentales es la que necesita el desarrollo nacional. En el proceso de consolidación de nuestra democracia está quedando claro que el presidente de la República no lo puede todo, ni puede solo; el Poder Legislativo lo acompaña y a veces incluso lo limita a través de una oposición responsable que tiene la altura de miras de actuar en beneficio del país. Por ello México necesita en todos los órdenes de gobierno de una oposición de gran calidad para avanzar; lo que hoy nos pasa o nos deja de pasar, afortunadamente ya no es responsabilidad de una sola persona. Ese es el pasado que no queremos que regrese.

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