Me queda muy claro que cualquier mexicano que tenga o haya tenido tratos con alguna institución bancaria está de acuerdo en que las comisiones que éstas cobran por casi cualquier movimiento que se realiza son excesivas y quisiéramos que no existieran más.

Supongo que muy pocos (por no decir nadie) estará en contra de esta posibilidad de cancelar, legalmente, estas “comisiones”.

Sin embargo, como decimos en México: hay formas de hacer las cosas, que es en donde se ubica la discrepancia. Como lo planteó el senador, Ricardo Monreal, provocó una severa afectación económica al país.

Los viejos priistas decidían qué hacer, qué le convenía al país y qué le servía a los ciudadanos, de manera unipersonal o, si acaso, en consulta con la cúpula partidista, con el presidente de la República en turno o con sus más cercanos colaboradores.

El sistema político mexicano no daba para más. Era lo más parecido a la autocracia.

Más de 70 años de gobiernos y gobernantes surgidos de las filas del Partido Revolucionario Institucional explican con claridad esa tradición de gobernar al “estilo priista”, que se construyó a lo largo del siglo pasado. Imposiciones, “dedazos”, ausencia de democracia, autocracia o liderazgo único y determinante, demagogia y corrupción son apenas algunas de las características que definen esa cultura política mexicana.

Yo decido. Viene a colación la reflexión anterior debido al exabrupto en que incurrió el zacatecano, Ricardo Monreal Ávila, quien se desempeña como coordinador de la bancada de Morena en el Senado de la República y quien tuvo la audaz idea de adelantarse a todo y a todos para anunciar su propuesta de reforma a la ley de instituciones de crédito.

Cual símil de viejo político priista, Monreal Ávila consideró que por ostentar el cargo que ahora tiene o, quizá, por tener el poder que ejerce, podía usarlo para demostrar que lo tiene. Así sin más.

En política, sea en Japón, en Chile, en Alemania, en España o en Estados Unidos, invariablemente se aprueban propuestas, reformas o pactos de acuerdo con la visión política de senadores y diputados (o representantes). Sin embargo, la política también implica negociación, el convencimiento, el diálogo, la exposición de argumentos, que son la clave para avanzar.

Cuando los parlamentos mantienen contrapesos, un camino para lograr propuestas consensuadas que no lleven a rupturas, enfrentamientos o crisis, es la negociación. Pero Ricardo Monreal no lo hizo así.

El riesgo. Me hizo recordar a los viejos políticos priistas, quienes sabían que tenían la mayoría casi absoluta en la Cámara de Diputados, en la de Senadores además de contar con el presidente de la República. Nada ni nadie les hacía sombra.

Hoy estamos en inminente riesgo de que estos viejos tiempos, que creíamos olvidados, retornen al escenario del país y que en lugar de dar un paso adelante en el ejercicio de la democracia, demos dos o tres atrás, retornando al tiempo en que el Congreso de la Unión era dominado por un solo partido político.

El escenario está puesto: un partido (Morena) que tiene la presidencia de la República y tiene mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y en la de Senadores. Y por si fuera poco, en sus filas se encuentran políticos que conocen a la perfección el entramado del viejo estilo de gobernar en México.

Manuel Bartlett Díaz, Esteban Moctezuma Barragán, Napoleón Gómez Urrutia y Ricardo Monreal Ávila, entre muchos otros, forman parte de esta legión de expriistas que, como ya lo hizo Ricardo, pueden caer en la tentación del ejercicio impositivo del poder, sin medir las consecuencias.

Serénense. Nadie debe demandar a Morena renunciar a su mayoría. Nadie. Lo que sí podemos exigir al partido en el poder es dejar de lado la imposición y tener la capacidad de convencer a las minorías de sumarse a sus propuestas o negociar acuerdos. Le pedimos a Morena que esa vocación democrática que ha pregonado se refleje en la práctica y huya de la tentación de regresar a los tiempos políticos del priismo.

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