Corría el año 2005; ya había impuesto las mañaneras como un eficaz método de marcarle agenda a todos.

Se levantaba temprano, se paraba frente a al grupo de reporteros que entonces cubrían la fuente de la extinta Jefatura de Gobierno del —también extinto— Distrito Federal y hablaba y hablaba.

Todo lo que decía en esas conferencias mañaneras, todo, era tema del día y de muchas portadas de los diarios impresos del día siguiente; si acusaba a alguien de algo; ese alguien y sus cercanos, debían salir a rebatirle, a defenderse o a contraatacar.

Si planteaba un proyecto, una propuesta, una idea; sus adversarios y sus críticos —sí, ya desde entonces tenía críticos— ocupaban buena parte de los tiempos que otorgaban a medios de comunicación o de sus equipos de prensa para responderle.

Eran los tiempos en los que se le escuchaba decir, una y otra y otra y otra vez aquello de: ‘Lo que diga mi dedito’ cuando le preguntaban si contendería por la candidatura presidencial, entonces por el PRD, en 2006.

Luego esa frase la cambió por la de: ‘No le han quitado ni una pluma a mi gallo’, cuando la campaña que se emprendió en su contra desde Los Pinos y por instrucciones del entonces Presidente, Vicente Fox Quesada.

Y aunque, al final sí fue desaforado pero posteriormente absuelto de la acusación de desacato a una orden judicial que pesaba sobre él, el método de las mañaneras a Andrés Manuel López Obrador siempre funcionó.

El objetivo en ese entonces, y quizás ahora también, era sencillo, posicionar la imagen de AMLO en los medios y marcar agenda para controlar el discurso político y administrar el punch mediático que ello le daba.

Elegía bien a sus contrincantes; los amagaba, los arrinconaba y, desde el atril del antiguo Palacio del Ayuntamiento, apuntaba el dedo hacía un costado de la plancha del Zócalo para señalar al que hoy es su casa: Palacio Nacional.

Eran los tiempos en los que él marcaba la agenda y así llegó a la Presidencia, y así sucedió en los primeros cinco meses de su administración presidencial, aunque en esta última etapa con menos eficacia, pero sí con mucha presencia.

Marcaba la agenda decíamos; sí, hasta hace un par de semanas cuando se encontró con la horma de su zapato.

El ‘estate quieto’ llegó desde Washington, de un neoyorkino mitómano y abusador que eligió como su mejor arma de campaña a México, a los mexicanos y a su gobierno encabezado por un hombre al que no le gusta la confrontación directa; al que le fastidia no llevar la mano.

Desde que Donald ‘Trun’ —como lo llama el mismo tabasqueño— tomó como bandera la migración y amenazó con aplicar aranceles a México, a López Obrador se le ve incómodo en su mañaneras.

Claro, ya no es él quien dicta los temas a tratar, quien sube al atril o al templete y apunta a un objetivo; ahora es él quien debe esquivar los obuses y abusos de un presidente norteamericano en campaña en la búsqueda de su reelección.

Adusto muchas veces y, gesticulando con los labios —fíjese estimado lector, lectora, cada vez que un tema le incomoda, AMLO se chupa por dentro los labios, en particular el superior y luego para la trompita— manda hablar al ‘vicepresidente’ Marcelo Ebrard para que sea él el del desgaste, el que le responda al ‘bully’.

Sí, estimado lector. Hoy a AMLO, ‘Donal Trun’ le dicta la agenda y al tabasqueño eso le purga.

El último párrafo.  El mensaje enviado por el presidente municipal, Luis Bernardo Nava, tras la muerte de un ciclista en una ciclovía de Paseo de la República, al afirmar que personal de la Secretaría de Movilidad revisó las condiciones de las ciclovías del municipio, a fin de que todas estén en condiciones adecuadas de uso y no signifiquen un peligro para los ciclistas, habla bien de él; ahora falta que su personal atienda el llamado y las instancias correspondientes hagan su chamba.

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