Por primera vez desde que el acuerdo nuclear firmado entre Irán, EEUU y otras potencias entrara en vigor el 16 de enero del 2016, Teherán ha decidido que está en su interés comenzar a incumplirlo, aunque por lo pronto solo de manera limitada. La realidad es que dicho acuerdo no es un tratado vinculante, sino una serie de términos pactados por las partes, cuya única garantía de cumplimiento es el acuerdo mismo. Si una parte incumplía con lo pactado, la otra tendría la opción de dar marcha atrás en sus compromisos. En este caso, fue Trump—para quien este era el “peor” acuerdo de la historia—quien decidió abandonar el convenio en mayo del 2018 y comenzar a reactivar las sanciones en contra de Irán, por lo que una de las opciones de Teherán siempre fue dejar de cumplir con su parte. Aparentemente, sin embargo, por ahora la intención de Irán no es reanudar de lleno su actividad nuclear y correr el riesgo de una escalada militar mayor, sino incrementar el monto de presión tanto sobre los otros firmantes del acuerdo, como sobre EEUU, a fin de intentar negociar bajo una posición de mayor fuerza. Aún así, la cadena de eventos que hemos visto en las últimas semanas indica que todos los actores están caminando sobre una cuerda demasiado floja que podría romperse en cualquier momento.

Como contexto, el acuerdo nuclear establecía que se revertiría la capacidad nuclear iraní, incrementando el lapso de tiempo que a este país le tomaría brincar del punto en el que se encontraba hasta poder armar una bomba atómica. Para lograrlo, se desactivaban miles de centrífugas, y aunque se permitía a Irán seguir con actividad nuclear, no podía enriquecer uranio por arriba del 3.67%. Para una bomba nuclear se requiere enriquecer uranio a niveles de hasta 90%. Entre otras restricciones, Irán solo puede conservar en su territorio 300 kg de uranio enriquecido, el resto lo debe exportar, al igual que el exceso de agua pesada que llegase a producir. A partir de esta semana, Irán ya conserva en su territorio más uranio enriquecido del que le es autorizado en el pacto, y ha anunciado que pronto enriquecerá uranio por arriba del 3.67% permitido. Adicionalmente, en el acuerdo nuclear, el reactor principal de plutonio quedaba clausurado garantizando que no se produciría ese material en grado suficiente para el armado de armas nucleares. Teherán anunció también esta semana que dicho reactor reanudaría operaciones pronto.

La parte que disgustaba a Trump y a varios críticos de este pacto es que solo tenía una vigencia de 10 a 15 años y no abordaba otro tipo de cuestiones como el programa de misiles de Teherán o su financiamiento y apoyo a grupos contrarios a intereses de EEUU y sus aliados en Medio Oriente. Por tanto, como dije, Trump decidió retirarse del acuerdo en 2018, reactivar las sanciones económicas e incluso incrementarlas a fin de orillarle a renegociar los términos del acuerdo. Esto no significa que el convenio haya quedado automáticamente sin efecto, pues todas las demás partes habían decidido permanecer en él. Lo que sí significó, sin embargo, fue el inicio de la competencia entre la política de Trump, empujando con toda fuerza en contra de Teherán, y los otros firmantes del pacto, en especial los tres países europeos (Francia, Alemania y Reino Unido), intentando salvarlo.

Un año después, no obstante, podemos decir que las iniciativas de dichas potencias firmantes han sido insuficientes para rescatar no solo a la economía iraní, sino a la postura pragmática del presidente Rohani y el ministro exterior Javad Zarif. En cambio, al interior de Irán, se ha impuesto la postura más dura. Desde esta óptica, Teherán no tiene por qué seguir cumpliendo con el acuerdo si es que éste no le genera los beneficios económicos y políticos que prometía.

Para mostrar su músculo, Irán cuenta con muchas opciones de acción tanto de manera directa como indirecta a través de sus muy distintos aliados en la región. Una de estas opciones es la obstaculización del libre tránsito en la zona del Golfo Pérsico, por donde circula una quinta parte del petróleo que se consume a nivel global. La inteligencia de EEUU, de Israel y de otros aliados, ha indicado que las Guardias Revolucionarias Iraníes han sido las responsables de distintos eventos de sabotaje contra busques en esa zona. Por supuesto, Irán niega su participación en estos sucesos. En todo caso, el solo hecho de que Washington esté atribuyendo a Teherán la responsabilidad de dichos incidentes de sabotaje que han ocurrido las últimas semanas en el Golfo, o el derribo de un dron estadounidense en “aguas internacionales” (nuevamente, según EEUU), de acuerdo con varios de los más cercanos asesores de Trump son ya razones suficientes para responder y atacar al menos limitadamente a Irán.

Ahora bien, Trump no piensa exactamente así. En su visión de “America First”, Washington no debería involucrarse en conflictos largos y costosos para defender intereses ajenos. El presidente ha llegado a tuitear que EEUU no debería ser el policía de Medio Oriente, ni debería proteger los buques de otros países “sin compensación”. “¡Ni siquiera tendríamos que estar allí porque Estados Unidos se ha convertido (por mucho) en el mayor productor de energía de cualquier parte del mundo! La solicitud de Estados Unidos para Irán es muy simple: ¡No armas nucleares ni más patrocinio del terrorismo!”.

En otras palabras, el juego de Trump consiste en ejercer la presión máxima en Irán hasta el punto en el que ese país se vea obligado a renegociar el pacto nuclear bajo términos más favorables para Washington y sus aliados. En esa línea EEUU camina de la mano del príncipe saudí, Bin Salman, a quien el presidente ha exonerado de toda responsabilidad en el asesinato del periodista Khashoggi. En esa misma línea está también el interés de otras potencias del Golfo aliadas de Riad. Y claro, en ello confluye también el interés de Israel, para quien Irán es su mayor enemigo regional. En ese sentido, los eventos terminan conectándose. Israel ha estado atacando las posiciones de Irán y sus milicias aliadas en Siria desde hace tiempo. Aunque por ahora, Teherán se ha abstenido de responder, se piensa que uno de los riesgos de una confrontación regional podría involucrar a varios de los aliados de Irán en un conflicto contra Israel, el país menos popular en el mundo árabe e islámico.

Sin embargo, a diferencia de todos esos aliados (y de varios actores en Washington), para Trump hay una línea roja que no se debería cruzar, que es la detonación de una espiral que arrastre a EEUU a un nuevo conflicto armado mayor en la región. El problema para Trump es precisamente que los duros en Irán lo han entendido muy bien y es por ello que parecen estar dispuestos a jugar con fuego.

Al optar por incumplir paulatinamente las provisiones del pacto, Irán no está ya solo ejerciendo presión sobre Trump, sino sobre los otros firmantes, a quienes les está enviando el mensaje de que su paciencia no es eterna. Con esa combinación de factores, en teoría, Teherán podría lograr que—justo en tiempos preelectorales en EEUU, cuando Trump desea todo menos la guerra—el presidente se vea obligado a hacer concesiones a Irán que hace solo unas semanas no estaba dispuesto a hacer.

Parece haber, entonces, toda una competencia de tensiones. De un lado, Trump se ve asediado por actores dentro y fuera de Washington que le aconsejan mostrarse fuerte, cumplir con sus amenazas y atacar. Del otro lado, sus propios instintos y buena parte de su base electoral le aconsejan seguir siendo paciente y esperar a que sus estrategias de sanciones y aislamiento funcionen. Y del otro lado están los duros en Irán quienes, ya sea porque están convencidos de que Trump no atacará, o bien, porque están dispuestos a llegar a las últimas consecuencias, han decidido cobrar caro el precio del incumplimiento de los compromisos que EEUU había firmado. La pregunta es hasta qué punto la cuerda resistirá esta carrera de presiones. Hace solo unos días, todo estuvo a unos minutos de explotar. No deberíamos asumir que, porque Trump canceló el ataque al cuarto para las doce, el asunto ya se resolvió.

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