Cuando Porfirio Muñoz Ledo interrumpió a Miguel de la Madrid en su informe de gobierno presidencial, puso el primer clavo en el ataúd de una costumbre monárquica dentro del sistema político mexicano.

Durante el régimen priista, el informe de gobierno lejos de ser un acto de rendición de cuentas, era el “día del Presidente”, donde todos lo alababan. Y aunque el informe era del Poder Ejecutivo al Legislativo, en realidad, era un acto de sumisión de los diputados al presidente imperial.

Poco a poco, la tradición de que el día del informe era el día para alabar al presidente se fue dejando atrás. Y, aunque el presidente no discutía con los diputados sobre lo logrado en su periodo de gobierno ni defendía su programa, el ropaje monárquico se iba despojando hasta quedar en un acto protocolario donde el presidente entrega al legislativo un documento que resume lo hecho en su periodo. No era mucho avance, pero “algo es algo”, diría un dicho clásico.

Sin embargo, en los estados de la república, esta malsana costumbre política no se ha erradicado. Y, aunque se replica el modelo de acudir a la legislatura local, entrega el documento, que la oposición fije su posición, carece de un formato parlamentario en donde el gobernador defienda ante los diputados su proyecto de gobierno.

Pero como la nostalgia de los tiempos idos en donde la fastuosidad política del PRI exige darse un baño de pueblo, se realiza un evento paralelo: el informe ante el pueblo. Allí, el gobernador puede dar rienda suelta a su discurso y lucirse ante las masas perfectamente uniformadas de rojo y ante la élite política.

Cada año, vemos como el día del informe de gobierno de los gobernadores carece de autocrítica y, por el contrario, es el día en que más luce su imagen personal. Si antes, el día del informe pintaba a Querétaro de azul y nos decían que era el paraíso, hoy, desde el poder, nos dicen que el estado es un edén que viste de rojo.

El día del informe sigue siendo el “día del Gobernador”. Esa remembranza del sistema autoritario que imperó durante la segunda mitad del siglo XX. Y, aunque el informe debiera ser, como dije líneas arriba, un acto de rendición de cuentas, en realidad se convierte en un acto de autoalabanzas.

Pero, no todo es color de rosa en el edén priista, cada año, un acto de protesta se hace presente durante el informe. Si hace un par de años se concentró una manifestación afuera del Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez para protestar por el inequitativo proceso electoral de 2012, este año, la protesta se repitió, aunque lejos de los reflectores del auditorio y con otro tema: familiares de desaparecidos exigen justicia y, por ello, se quejaron en una de las arterias viales de la ciudad.

Claro, durante el informe de cuentas alegres, no hubo espacio para la reflexión de lo que está fallando en Querétaro. Es decir, el transporte público, ni la seguridad, ni la vialidad. Sólo cuentas alegres. El informe como un acto de fe: “Querétaro creo en ti”, fue parte central del discurso.

Exigen creer cuando familias tienen familiares desaparecidos, cuando al vecino le dieron cristalazo al automóvil, cuando el comerciante es asaltado violentamente.

Gobernar es un acto racional, no un acto de fe. La confianza ciudadana se gana con acciones que se traduzcan en una mejor calidad de vida, no con spots perfectamente hechos. Claro que los queretanos creemos en Querétaro, lo demostramos cada día cuando salimos a trabajar y damos el mejor esfuerzo. De lo que dudamos es de nuestra clase política.

Periodista y sociólogo

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