El mes más cruel (hasta ahora). Abril, el mes más cruel, según T. S. Elliot, lo fue esta vez para el presidente López Obrador, con su primera caída (de siete puntos) en su índice de aprobación. Bajó a un todavía muy firme 60%, según Mitofsky, o a un nada despreciable 55%, de acuerdo a México elige. Con una advertencia: si ya se hubiera aprobado el referéndum revocatorio (como se llamó en la Venezuela de Chávez), y si ese referéndum hubiera tenido lugar el mismo despiadado mes de abril, el país se hubiera visto peligrosamente escindido en dos grandes bloques: 53.1% hubiera votado porque permanezca el presidente y 40.9% porque se vaya, con un 12% de indecisos. Y con estos datos podríamos anticipar que el clima de odio y enojo, ya visible ahora, se volvería irrespirable en una eventual campaña revocatoria o anti revocatoria en 2021, si este verano se aprueba la reforma que incuba ese huevo de serpiente.

Pero si abril fue el mes más cruel (hasta ahora) para López Obrador, mayo no pinta mejor para el país. Porque los pocos miles de manifestantes anti Amlo del domingo, pese a ser hostigados y ridiculizados por la maquinaria oficialista de las redes, estarían expresando el sentir de un muy significativo 40 o 45 por ciento de los ciudadanos que no aprueban la gestión oficial, según una u otra de las mencionadas encuestas. Con otro síntoma, más grave: los números de México elige estarían mostrando que casi todos los que desaprueban la gestión de Amlo se inclinarían por su renuncia y no por la restauración de una convivencia de gobierno de mayoría con respeto a los derechos de las minorías.

Es probable que esa inclinación por la renuncia, presente en las protestas del domingo, surja de una actitud de los inconformes de no esperar ya un cambio en los desplantes derogatorios del presidente contra quienes no le aplauden sus decisiones arbitrarias, autocráticas y regresivas. O que estemos ante un efecto no deseado de la estrategia presidencial de polarización con la que al parecer el mandatario se ha propuesto aplastar toda resistencia. Pero quizás esa puerta falsa de la renuncia resultaría más disruptiva para la vida democrática que la de por sí anti democrática concentración de poder en curso. Es cierto que el presidente fue el primero en hablar de interrumpir el periodo republicano, en su iniciativa de referéndum revocatorio de su mandato. Pero aún así, la propuesta de los manifestantes no sólo resulta inviable, sino que, al lado de la sana energía de la inconformidad, deja asomar su impotencia para transformar esa inconformidad en oposición. Sí. Inconformidad sin oposición, es los que tenemos hoy.

Qué será, será. Hay un cambio, al menos aparente, en la respuesta presidencial ante la discrepancia. Contra su costumbre, López Obrador expresó su respeto a la protesta del domingo. Quizás les dejó la tarea de la descalificación a sus YouTubers. Tampoco se lanzó contra las encuestas. Tal vez delegó en sus espacios digitales su habitual invocación de complós demoscópicos. Pero también podríamos darle el beneficio de la duda y suponer que su maquinaria digital se haya ido por la libre mientras el presidente quiere mostrar signos correctivos. O pensar que con su instinto político haya medido el cambio del clima y haya calculado que no es momento de confrontar directamente a la crítica ni a los estudios de opinión.

¿De aquí a la eternidad? En los dos últimos casos las señales serían positivas: sea que el presidente haya tomado conciencia de los costos de su intolerancia, o sea que esté asumiendo que los actos públicos del domingo y el saldo de las nuevas encuestas rompieron ya el silencio impuesto a los inconformes por el abrumador resultado de las urnas del año pasado y la aprobación de los primeros meses. A menos que esté confiado en que, al año de su elección, en julio, esté ya funcionando, como lo ha anunciado, su espectacular sistema clientelar de más de cincuenta millones de beneficiarios para arrollar en las elecciones de aquí a la eternidad.

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