Desde hace varios meses hemos estados inmersos en una gran confrontación mediática, política y social por las “grandes reformas” que a decir de algunos “ahora si nos harán un país de primer mundo”. El mismo Presidente Peña pregona por todo el mundo y se asume como estadista al presumir que ya le quitó el freno al país para lograr el anhelado desarrollo y la justicia social para todas y todos.

Por su parte, en estas reformas la oposición juega batallas separadas y hace acuerdos en temas que les dan rentabilidad política, por ejemplo, el Partido de la Revolución Democrática apoya la Reforma Fiscal clara y abiertamente. Y al mismo tiempo defienden con su vida los intereses ciudadanos ante la Reforma Energética como si los temas energético y fiscal fuera aislados y desconectados.

De la misma manera Acción Nacional vota en contra de la Reforma Fiscal y hoy hace alianza para sacar reformas como la energética y la de telecomunicaciones.

Hay una máxima popular que dice: “los políticos sirven para resolver los problemas de las personas y no para darlos”; sin embargo en estos debates reformistas, la percepción ciudadana expresa en su conjunto que los políticos del partido que sea, no están de su lado y por el contrario visualizan una clase política enfrentada, conflictuada y sin la capacidad de dialogar para llegar a acuerdos.

Hoy los ciudadanos no quieren ver reducidas sus inquietudes a una simple fórmula matemática —llamada democracia— de sumas y restas de votos; no desea observar a sus políticos sólo como números en una gran Sala de Pleno donde lo importante es tener los votos suficientes para arrasar y eliminar a sus contrincantes sin preguntar si están de acuerdo o por que no están de acuerdo.

No podemos pensar en democracia solo como mayorías y minorías, también es necesario preguntar, dialogar, concertar; de tal manera que si bien sé que por la vía de los votos me vas a derrotar, por lo menos tengo la posibilidad de opinar y disentir de manera libre. Parafraseando a Sartori: … “déjenme siquiera sentarme a la mesa…”

Los políticos no pueden cansarse de dialogar con sus pares y menos con sus representados, no se puede imponer sin convencer, no pueden decretar guerras para que la sufran los ciudadanos.

El diálogo es la mejor herramienta para lograr acuerdos en una situación complicada, si los políticos y los gobiernos no están dispuestos a dialogar, que no pidan que los niños dejen de agredir a sus compañeros en la escuelas, que no exijan a los jóvenes que dejen de expresarse en las calles a través del grafiti y que no existan manifestaciones violentas en la calles.

Por qué en la máxima asamblea de este país se aprueban las más importantes leyes por la vía del arrase y no del diálogo? Meditemos quiénes son los que están ahí sentados y quiénes los mandamos a representarnos. La culpa, ¿de quién es entonces?

Director General ArtMol Consultores y Servicios

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