Los debates son parte del juego político y suelen representar ilusiones y desencantos. A veces se considera que pueden definir una elección. Pero ya sabemos que no modifican radicalmente el escenario; sólo son un factor más. No generan una relación de causa-efecto, pero si un candidato está rezagado en las encuestas suele tener la ilusión de hacer un buen debate y subir en las preferencias. Pero se puede ganar un debate y perder la elección.

El segundo debate presidencial redefinió imágenes sobre los candidatos y expresó sus capacidades y limitaciones. Como parte del posdebate, se pueden adelantar algunas hipótesis: a) no cambiará las intenciones, porque vimos una dinámica parecida al primer debate; b) los candidatos repitieron dichos y modos y sus recursos se empezaron a desgastar; c) AMLO libró de mejor forma este debate, y a los dos retadores (Anaya y Meade) les será más difícil crecer a costa de atacar al puntero.

El segundo debate innovó el mecanismo de las preguntas, que se formularon por un grupo de ciudadanos para discutir sobre comercio, inversión e inmigración. Estos temas se han modificado de forma sustantiva desde la llegada de Trump al poder, esa presidencia agresiva que obliga a nuestro país a modificar los mecanismos de la relación bilateral con Estados Unidos.

Un debate pone en juego lo dicho y expresiones no verbales, actitudes y gestos espontáneos. Del segundo debate presidencial quedarán algunos dichos y propuestas. Así, mientras Anaya y Meade mantuvieron su estrategia de ataques, vimos al puntero defenderse de mejor forma. De acuerdo al conteo de Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador recibió el 47% de los ataques; es decir, 37 de 84, y respondió en 22 ocasiones. Lo que posiblemente se recordará es el nuevo apodo que AMLO le puso a Anaya: Ricky Riquín Canallín. También se recordará la invitación de El Bronco para hacer las paces y la frase de AMLO: “abrazos y no balazos”. No faltaron los insultos directos: “cínico”, “hipócrita”, “demagogo”.

Se confirmó la imagen de cada candidato: vimos a Meade moverse en los temas de migración y los tratados internacionales, pero no se pudo salir de su figura como funcionario y de una continuidad absoluta sobre el actual gobierno. Cometió el error de difamar a AMLO por las finanzas en Morena e intentó un ataque mentiroso en contra de Nestora Salgado, que ha sido completamente exonerada. Anaya fue otra vez el candidato aplicado, pero fue menos contundente con sus ataques; se ha desgastado su recurso de citar casos con nombre y apellido, sobre todo porque siguió sin conectar con una parte amplia del electorado; además la expresión de su cara no se modifica nunca: pase lo que pase siempre sonríe, hay rostro con máscara. Al joven Anaya no le faltó la prepotencia de clase y, dirigiéndose a AMLO, dijo: “El problema contigo no es que hables inglés, sino que no entiendes el mundo. Tus ideas son viejas”.

Las expresiones de los candidatos tienen límites; por ejemplo, AMLO no va a renunciar a su tesis de que la mejor política externa es la política interna, o la necesidad de tener autoridad moral. Anunció que enviaría a Alicia Bárcenas (actual secretaria ejecutiva de CEPAL) a la ONU para el problema de la inmigración. Meade es el funcionario sin autocrítica ni distancia del desprestigiado gobierno actual. Anaya es el joven conservador que no se compromete con los temas críticos para los jóvenes, como una nueva política de drogas y la legalización de la mariguana.

A 40 días de las elecciones, me parece que se esfuma la ilusión de mover las preferencias y se consolida el puntero, salvo que las encuestas digan otra cosa…

Investigador del CIESAS. @AzizNassif

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