En todo el mundo, gracias a estudios profundos, con estadísticas confiables y pruebas clínicas en la mano, especialistas en neurología como psicólogos y médicos psiquiatras confirman lo que dicta el sentido común: el ser humano se recupera de una enfermedad con mayor facilidad si tiene una actitud favorable. El paciente que muestra mayor entusiasmo y fortaleza anímica podrá alcanzar la salud con rapidez.

Una de las claves para lograrlo es la capacidad de agradecer. La disposición para ponerse en manos de los profesionales de la salud. La humildad al aceptar que otros —médicos, enfermeras— toquen su cuerpo, lo bañen, le acerquen una cuchara a la boca, le hagan preguntas incómodas.

La salud va de la mano de la gratitud. Hay que saber dar las gracias.

La palabra “gracias” viene del latín, gratia, con raíces indoeuropeas. Cuando su significado es agradecer —dar gracias— proviene de la frase “gratias agere”, que se encuentra varias veces en la Biblia; Marcos relata en su evangelio la multiplicación de los panes y los peces: “Tomó los siete panes y los pescaditos, y habiendo dado gracias los partió”. Es decir, Jesús dio gracias a su Padre.

Todos hemos vivido alguna vez un estado de gracia: un momento de paz espiritual, la convicción de que obramos de acuerdo con nuestros principios, el asombro ante la belleza del mundo, el gozo inmenso por tener lo necesario para vivir y un sincero deseo de agradecer a Dios, sea cual sea el concepto que tengamos de la divinidad.

Ese estado de felicidad es lo que deseamos a otros cuando pronunciamos las palabras “Muchas gracias”. En otras palabras: “Te deseo muchos instantes de gracia”.

Para agradecer necesitamos ser humildes, dejar a un lado la vanidad, suspender la creencia de que nuestra familia y amigos tienen que aceptar nuestros caprichos, ceder a nuestros deseos y hacer lo que nosotros decidimos.

Algunos seres privilegiados llegan a pensar que su fama o fortuna durarán por siempre. No imaginan que algún día serán vulnerables, como todo el mundo. No creen que la vejez deteriore su mente, afecte sus habilidades y destrezas. Se sienten invencibles. Hacen de su vanidad un manto en el que se envuelven mientras pierden la sensatez y la cordura.

Les ocurre a los artistas, los políticos, los afortunados en los negocios: su vida se desliza de modo vertiginoso por un escenario espléndido, corren a gran velocidad sin que nadie pueda alcanzarlos, parecen felices en ese frenesí que les arrastra. Al llegar a su destino, llevan el impulso del camino y pocos, muy pocos, volverán a andar con paso firme. Son muy escasos los que al llegar a la cima reconocen el trabajo de otros, los que impulsaron su carrera. La humildad de los triunfadores es el tesoro más raro del mundo.

“La vida sencilla” es un poema de Octavio Paz que habla de la gratitud del hombre común, el habitante de las grandes ciudades, el padre de familia trabajador y honrado. Sus motivos para agradecer son: “Llamar al pan y que aparezca / sobre el mantel el pan de cada día; / darle al sudor lo suyo y darle al sueño / y al breve paraíso y al infierno / y al cuerpo y al minuto lo que piden; / reír como el mar ríe, el viento ríe, / sin que la risa suene a vidrios rotos; / beber y en la embriaguez asir la vida, / bailar el baile sin perder el paso, / tocar la mano de un desconocido / en un día de piedra y agonía / y que esa mano tenga la firmeza / que no tuvo la mano del amigo”.

Este poema sigue definiendo los motivos que una persona tiene para dar gracias y concluye con una declaración personal de Paz: “Y que a la hora de mi muerte logre / morir como los hombres y me alcance / el perdón y la vida perdurable / del polvo, de los frutos y del polvo”.

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