Es 30 de diciembre y no sé qué escribir. Lo juro: me quedé sin tema para la última columna del año.

Podría mantenerme en lo propio y discutir algún asunto de seguridad. Tal vez la más recientes cifras de homicidios, las 2,686 víctimas de noviembre, el posible total de diciembre (2,700 según mi estimación) o el hecho de que la curva se está aplanando.

O, quizás, el plan contra el huachicoleo del presidente López Obrador, y la temeraria manía, exhibida por el actual gobierno, de cantar victoria y repiquetear campanas a los cinco días de iniciada una estrategia, sin reparar en la posibilidad de que los delincuentes se adapten a las nuevas condiciones y las autoridades se vean imposibilitadas para mantener el esfuerzo después de unas cuantas semanas.

Sí, podría hablar de eso o algo similar, pero hoy no me nace ni creo que a mis (pocos) lectores les plazca despedir el año con tan negras reflexiones.

Entonces, podría cambiar un poco de giro y abordar algo más político, de espectro más amplio. Está, por ejemplo, el inesperado proceso sucesorio en Puebla y sus repercusiones para la relación entre gobierno y oposición. Pero le hinqué el diente al asunto el viernes pasado y no se me ocurre por ahora nada más que no haya sido dicho ya mil veces desde la Nochebuena. Y, por otra parte, no se me da el análisis textual de las conferencias mañaneras del presidente, ni tengo mucho que aportar a la discusión sobre la diferencia entre mezquino y canalla o entre conservador y neofascista.

Otra ruta posible sería elaborar una lista de lo más sobresaliente de 2018. Lo he hecho en otros años, no ha salido mal y me ha sacado de apuros. Pero es un recurso un poco flojo, más propio de inicios de diciembre que de Nochevieja: para la tercera semana del mes, ya todo mundo hizo sus listas de lo mejor y lo peor del año que termina. Y la contrapartida habitual, la lista de predicciones para el año que inicia, fue tema de esta columna hace una semana.

Podría recurrir a alguno de los trucos habituales que usan los opinadores para hacer sus columnas de fin de año. Uno involucra hacer recomendaciones de libros, películas o series. No es mala manera de cubrir la cuota de palabras en temporada decembrina, pero el que esto escribe ya utilizó la fórmula el miércoles pasado.

Un camino similar es comentar un viaje decembrino y lanzar apuntes, más obvios que agudos, sobre las peculiaridades sociológicas, políticas o económicas del destino en cuestión, sobre todo si este se ubica en el extranjero y se puede ensayar algún tipo de comparación con la situación mexicana, algo del género “Bolsonaro es como AMLO, pero totalmente distinto”. Pero, como no me he movido de la Ciudad de México, el diario del viajero no es un género muy recomendable en esta ocasión. Podría inventar, pero se notaría.

Ya de últimas, podría andar el camino recorrido por innumerables colegas y hacer una reseña de Roma, la muy premiada película de Alfonso Cuarón. Pero no se me ocurre ningún comentario que no sea lugar común ni creo que importe mucho a mis lectores saber que me gustó la cinta y tengo edad suficiente para entender las referencias a Radio 590 “La Pantera” y Chocolates Turín (“Ricos de principio a fin”).

Entonces no queda otra alternativa que dar las gracias a mis lectores por seguirme en el año que termina y mandarles mis mejores deseos para el año que inicia.

Nos vemos y nos leemos en 2019.

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