No se puede gastar más de lo que ingresas, ésta es la premisa básica de todo buen administrador. Hacer lo contrario no es sostenible en el tiempo, tanto en lo personal como en lo empresarial o en el gobierno.

Ya hemos dicho que el populismo no es una ideología, sino una actitud frente a la responsabilidad; por eso el populista es irresponsable en el manejo del gasto y de los ingresos públicos. Gastar dinero público es muy popular mientras que cobrar impuestos es muy impopular.

En México hemos padecido gobiernos irresponsables como fueron los casos de Luis Echeverría y de José López Portillo. También este sexenio de Enrique Peña Nieto se ha distinguido por un gasto público irresponsable, que además se caracterizó por una falta de control administrativo y por la descomunal corrupción, federal y estatal.

Esto generó un crecimiento de la deuda pública de casi 100% en términos nominales alcanzando la cifra más de 10 billones de pesos. El gobierno peñanietista ha argumentado que tuvieron que adoptar medidas contracíclicas, es decir, incrementar el gasto público como mecanismo para impulsar la economía en un momento que el mundo padecía un estancamiento derivado de la crisis de 2008/2009.

Toda política económica contracíclica debe ser temporal, y México tiene casi 10 años con una política de gasto expansivo. Esto ya se puede calificar de irresponsable porque la pregunta es ¿hasta dónde es válido que una administración lleve al límite la capacidad de endeudamiento de un gobierno, heredando a la nueva administración escaso margen de maniobra? ¡lo más grave es que se financiaron con recursos no renovables, como lo es el petróleo, y con deuda pública para solventar gasto corriente, no gasto de inversión!

Esto es también irresponsable y así lo señalé desde la tribuna en la Cámara de Diputados, y sin embargo estas irresponsabilidades fueron solapadas por las mayorías “prianistas” en San Lázaro.

Andrés Manuel López Obrador, próximo presidente, deberá aceptar que la ortodoxia económica no tiene ideología, es corolario de buena administración. Y deberá entender que no porque Peña fue irresponsable, él tiene derecho a ser irresponsable. La nueva administración deberá ser muy responsable y prudente porque su margen de maniobra es reducido en materia de finanzas públicas.

Desde el 1 de septiembre de 2015 al comienzo de la 63 Legislatura dije en tribuna: “La crisis mundial y petrolera nos evidencia que el problema de México es estructural y no coyuntural, por lo que urge una reforma integral de las finanzas que incluya una reingeniería del gasto para alinearlo a las prioridades de la nación… México no puede desperdiciar la crisis actual sin hacer cambios estructurales con planeación multianual”.

“Es prioritario mantener la estabilidad económica y financiera, siendo responsables en el manejo del gasto y la deuda pública. Es el momento de exigirnos austeridad, transparencia, rendición de cuentas, eficiencia y eficacia en el ejercicio del gasto público, y emprender una verdadera cruzada contra la corrupción… México debe dejar de ser fábrica de nuevos ricos y pobres sexenales, derivado de la lacerante corrupción que se padece en nuestro país”.

Lo anterior fue desoído por la soberbia gubernamental y de la mayoría priista. La pregunta que debe hacerse AMLO y su equipo es, ¿cómo fortalecer el poder del Estado sin debilitar las finanzas públicas y la estabilidad macroeconómica? Solo se logrará con disciplina fiscal, austeridad, combate a la corrupción y la impunidad, y estableciendo claras prioridades que obligarán a una reasignación del gasto gubernamental.

La reasignación del gasto público generará grandes tensiones políticas y sociales, y así sabremos si tenemos en la Presidencia a un administrador, a un populista, a un simulador o a un verdadero hombre de Estado. ¡Pronto lo sabremos!

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