Mañana termina la tóxica campaña electoral y es necesario imaginar el futuro inmediato que puede estar por llegar.
No se sabe si este momento del país será histórico; tampoco sabemos si una nueva alternancia en el poder podrá generar cambios importantes. Lo que se observa en estos días es una aguda polarización llena de excesos que dividen al país. Si las encuestas publicadas se acercan al resultado de las urnas, habrá un ganador, pero la pelea no terminará el 1 de julio: posiblemente tendremos seis años de mucha confrontación.
La campaña nos deja un gran ruido político y mediático: las infinitas y agresivas descalificaciones; acusaciones falsas y verdades a medias; un torbellino de spots que ensordece; el enjambre de las redes sociales; las mesas de debate y posdebate que sólo repiten los lemas de cada candidatura; las notas de primera plana con sabor de escándalo; las especulaciones sobre cuál candidato representa el pasado y cuál otro el futuro; las proyecciones sobre un porvenir de fracaso o de éxito. Se supone que con esas herramientas la ciudadanía debería estar informada para decidir su voto. ¿Será?
Pero no todo termina en el ruido mediático de las campañas, también están los engranajes de la política y del dinero que en cada elección se aceitan para desplegarse en todos los territorios del país. Un sistema que ha interpuesto entre los votantes y la política una relación de mercado para tener clientes y no ciudadanos. Con una pobreza que abarca a 53 millones de mexicanos, la compra del voto, el clientelismo y los miles de programas sociales hacen de las elecciones un ritual de intercambio que no tiene nada de democrático. A pesar de la fuerza del mercado clientelar, urge innovar políticas públicas para terminar con esa normalización del voto como mercancía. Si además del mercado sumamos la presencia de una violencia política a manos del crimen organizado, el panorama se complica aún más.
Como parte de la competencia política, los partidos se han aliado para formar extrañas coaliciones en las que los programas se han subordinado a intereses pragmáticos y a la necesidad de sumar votos. El complemento son los cambios de camiseta que se multiplican ante una militancia que se ha escurrido. El reacomodo de los votos que anuncian las encuestas ha propiciado fuertes movimientos en todos los partidos y seguramente propiciará una etapa inédita de arreglos y coaliciones legislativas para formar una mayoría que hoy resulta difícil prever.
Frente a este panorama es necesario que la ciudadanía pueda imaginar escenarios de lo que viene para México. Incluso, más allá de los partidos, de una clase política reciclada y del entramado de intereses y fuerzas que ya viene en camino. Un horizonte de futuro se puede nutrir de un piso mínimo exigible a las nuevas autoridades que salgan de las urnas del 1 de julio. A corto plazo, el país necesita tener señales claras de que la “cleptocracia” (Jenaro Villamil dixit), el robo de lo público, ha dejado de operar. De la misma forma, urge un cambio de estrategia en contra de la violencia que pueda dar resultados muy pronto. Sin esas dos bases, cualquier agenda de cambio social, económico y político resultará poco creíble.
Esperamos que cuando se cuenten los votos se pueda iniciar la pacificación. Dicen bien Humberto Beck y Rafael Lemus en El futuro es hoy: “el porvenir de México pasa hoy también por un ejercicio de investigación forense. Es necesario escarbar en el presente para identificar a los responsables, encontrar a los desaparecidos, dar nombre a las víctimas y reparar a los agraviados”.
El futuro necesita de votos libres que se cuenten bien. Ojalá todos vayamos a votar…
Investigador del CIESAS. @AzizNassif