“Háganme suyo”, la frase que sintetiza la orfandad del PRI. Con esa declaración el candidato se dio un balazo en el pie y sepultó su candidatura. Se agotaron los eficaces métodos del destape y la cargada, por más que Carlos Aceves del Olmo, líder de lo que queda de la CTM, lo llame "candidato de la esperanza", o por más que Augusto Gómez Villanueva mande buenos deseos, como "Va a lograr remontar el escepticismo que trae esta crisis".

No basta con que Meade insista ("No los voy a defraudar”, “Soy simpatizante del PRI y es el mejor partido”). La militancia priísta no lo ha hecho suyo; le es ajeno.

A ello se suma un discurso homófobo y discriminatorio plagado de ocurrencias y cinismo de los dirigentes priístas, en una campaña en la que sólo crece la inconformidad en las entrañas del dinosaurio.

Es el caso del abanderado del tricolor a la jefatura de Gobierno, Mikel Arriola, quien representa un vuelco de lo que fue la antigua tradición liberal del PRI y retoma el discurso rancio de la derecha más conservadora, similar al que dividió al país en los lamentables años de la Guerra Cristera: el discurso de la intolerancia y del pensamiento único.

El candidato hace gala de su desconocimiento de la Constitución de la Ciudad de México —aprobada por la mayor parte de sus correligionarios— al pronunciarse en contra de los matrimonios entre parejas del mismo sexo y su derecho a adoptar, así como al oponerse al uso recreativo de la marihuana: “Nuestros gobernantes han promovido la ruptura del núcleo familiar y el desprecio, profundo desprecio, por los valores, y esto nos ha llevado al caos en que hoy estamos metidos”. Además amagó con que, de ganar las elecciones (lo cual es una remota posibilidad), en su primer día como jefe de Gobierno, someterá a consulta pública “todos los temas que nos dividen como ciudadanos, como son la marihuana recreativa, el aborto, la adopción y el matrimonio entre parejas del mismo sexo para que ahora sí todas las voces sean escuchadas”.

Arriola ignora las resoluciones de la Suprema Corte y los contenidos de la constitución capitalina, que en ningún momento establece el uso recreativo de la marihuana y que señala con claridad que los derechos no se votan.

El líder nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, no se queda a la zaga, por más disculpas que ofrezca tras el desatino de llamar “prietos” a los militantes y simpatizantes de Morena: “A los prietos de Morena les vamos a demostrar que son prietos, pero que ya no aprietan”, declaró durante un discurso en la Convención Estatal del PRI en Tabasco. O cómo olvidar cuando, sumado a su larga lista de agravios, ha pretendido culpar a López Obrador de la violencia en el país al señalar que ésta se incrementó luego de que el candidato a la Presidencia de la República por Morena propusiera, entre otras medidas, una amnistía a quienes hubiesen delinquido en delitos contra la salud, aludiendo, de manera irresponsable, que la violencia contra personajes políticos ha afectado a todos los partidos, menos a Morena: “Es importante señalar que la violencia en contra de los precandidatos y de algunos políticos se ha incrementado más del doble desde el momento en que López propuso darle una amnistía a los narcotraficantes y a los criminales”. Olvidó la estela de muerte extendida a lo largo del sexenio.

Tan sólo en 2017, el año más violento en décadas, se registraron más de 25 mil 300 homicidios, a los que se suman 12 mil 811 feminicidios, así como el resurgimiento de la tortura, la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales por parte del Estado.

No son de extrañar estos desvaríos. El PRI enfrenta una profunda crisis e inconformidad con el grupo político que encabeza Peña Nieto, cuyos alcances se expresan en todas las encuestas y crecerán en la medida que se acerque la fecha de la elección. Aunque es necesario señalar también que esta crisis es síntoma de un fenómeno que alcanza a todo el sistema de partidos en el que el pragmatismo, las alianzas entre contrarios, los reacomodos y el tránsito de dirigentes y militantes a otras filas partidistas se han convertido en el pan de cada día y en la lucha por la sobrevivencia de unos y la disputa de otros por capitalizar el descontento popular para alcanzar diferentes cargos, en particular la Presidencia del país.

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