Las palabras no son solamente para comunicarnos con los demás, sino que son nuestra forma de aprender el mundo, de organizarlo y jerarquizarlo, de pensar y actuar, desear y soñar. 
 
Los estudiosos afirman que hay lenguas que llevan al pensamiento filosófico y otras al empírico, unas a la divagación y otras a lo concreto.

Quienes usamos una lengua no tenemos conciencia de esto, ni de sus alcances, ni de las posibilidades y caminos que abre o cierra. Es más, ni siquiera tenemos conciencia de su gramática y sus reglas, las cuales, lo mismo que aquel personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa, simplemente seguimos.

Esto viene a cuento por lo siguiente: tenía que hacer una carta poder y fui a comprar una a la papelería. Y esto es lo que me vi obligada a firmar: “Otorgo poder amplio, cumplido y bastante para que a mi nombre y representación conteste las demandas y reconvenciones que se entablen en mi contra, oponga excepciones dilatorias y perentorias, rinda toda clase de pruebas, reconozca firmas y documentos, redarguya de falsos a los que se presenten por la contraria, presente testigos, vea protestar a los de la contraria y los repregunte y tache, articule y absuelva posiciones, recuse jueces superiores e inferiores, oiga autos interlocutorios y definitivos, consienta de los favorables y pida revocación por contrario imperio, apele, interponga el recurso de amparo y se desista de los que interponga, pida aclaración de las sentencias, ejecute, embargue y me represente en los embargos que en mi contra se decreten, pida el remate de los bienes embargados; nombre peritos y recuse a los de la contraria, asista a almonedas, trance este juicio, perciba valores y otorgue recibos y cartas de pago, someta el presente juicio a la decisión de Jueces árbitros y arbitradores, gestione el otorgamiento de garantías, y en fin, para que promueva todos los recursos que favorezcan mis derechos así como para que sustituya este poder, ratificando desde hoy todo lo que haga sobre el particular”.

Por supuesto, sabemos que existen las jergas especializadas  jurídicas, científicas, médicas, y sabemos también que la lengua se ha formado, sedimentado y modificado a lo largo del tiempo, por lo cual algunas veces deja atrás ciertas palabras y otras veces las conserva así ya no sean de uso.

Pero ¿acaso vivimos en universos mentales tan distintos los juristas y burócratas y los demás seres humanos? ¿Se perdería algo llamando a las cosas por su nombre? O al revés. ¿Se gana algo al decir las cosas de manera tan rebuscada?
   
Gonzalo Celorio afirma que la lengua “nos dice, en definitiva, quienes somos”.  Yo francamente me horrorizo de pensar que esto somos los mexicanos: tan llenos de retruécanos lingüísticos, que ponen de manifiesto retruécanos mentales. 
  
Aunque tal vez sí lo somos y por eso aquí nadie muere de un balazo sino del impacto de arma de fuego, no se investigan los casos sino se abren carpetas de investigación, no se mete a alguien a la cárcel sino se obsequian órdenes de aprehensión o se redacta un párrafo como este: “La CNDH estableció las tarifas con base en lo dispuesto por la LFTAIPG así como por la LFD. Mientras que la cuestión relativa dependiera de una resolución judicial, los servidores públicos de la CNDH han estado obligados a conducirse con estricto apego a la ley. Por ello la CNDH considera que la reciente resolución de la SCJN, que ha determinado que la fracción VI del artículo 5 de la LFD no debe ser referencia, presenta una oportunidad de adoptar este criterio. En cuanto a la información clasificada como reservada, el criterio adoptado es congruente con la LFTAIPG y tiene su fundamento en el artículo 10 del RTAI de la CNDH”.

Empiezo el año con esta reflexión, porque el lenguaje de las campañas políticas dice mucho de nosotros y lo que dice no es francamente nada halagüeño.

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