Dentro de las batallas que integran la campaña electoral, los debates se han convertido en un deporte de apreciación donde cada bando cree que basta con decir que ganó para que esto sea realidad.

El debate no era una tradición dentro de nuestras elecciones tan llenas de otras prácticas, como el robo de urnas o el carrusel de votantes; sin embargo, desde aquel mayo de 1994, el enfrentamiento verbal entre candidatos para contrastar sus ideas se ha ido sumando como parte de las campañas y algunos quieren ver en éstos puntos claves para definir victorias o derrotas.

¿Los debates definen ganadores? ¿Hacen decidir a los indecisos? ¿O sólo refuerzan identidades entre los votantes? Al argumentar sobre los debates y su importancia, por lo general se alude al hoy legendario encuentro entre John F. Kennedy, demócrata, y Richard M. Nixon, republicano, en el otoño de 1960.

Al ser el primer debate televisado, impuso nuevas reglas en donde no sólo importan los argumentos, sino también el lenguaje corporal. Suele señalarse que quien vio ese debate vio ganar a Kennedy y que quien lo siguió por radio escuchó ganar a Nixon.

A años de distancia, suele mencionarse que ese debate hizo presidente a Kennedy, situación que podría ponerse en duda porque quienes afirman eso olvidan detalles: ése no fue el único debate, hubo tres más donde Nixon resultó triunfador y, tema ignorado, esa elección presidencial norteamericana tiene la sombra del fraude electoral en los estados de Texas e Illinois, en donde Kennedy resultó triunfador.

Uno de los mitos que se han creado en las recientes elecciones presidenciales de nuestro país es que en el debate de 1994 quien triunfó, para muchos, fue Diego Fernández de Cevallos, pero que después de eso se ocultó para no ganar.

Teorías de la conspiración en la política mexicana. Sin duda, Diego Fernández hizo gala de su oratoria y reprobó en democracia a Zedillo y acusó a Cárdenas de regalarle unas playas a su mamá, ¿pero eso bastaba para ganar la elección en donde el PRI hizo uso de la propaganda del miedo y tenía a su disposición una maquinaria electoral corporativista aún bien aceitada?

En el 2000 hubo un debate que no fue, pero que nos mostró a los tres principales candidatos, y donde Vicente Fox fue exhibido, cuando pronunció sus famosas palabras “Hoy, hoy, hoy”, que en el contexto lo hacía parecer terco e irascible. Sin embargo, sus publicistas transformaron eso en un mantra electoral: convirtieron al “hoy, hoy, hoy” en sinónimo de acelerar el cambio de México.

En el 2006, Andrés Manuel no fue al primer debate electoral, seguro de una ventaja que creía insuperable. Su ausencia fue el inicio de una campaña negra en contra suya, en donde se le acusó de ser un peligro.

En la elección del 2012 no hubo discurso ni argumentos por parte de los candidatos.

¿Qué tan trascendental es el primer debate en esta elección? ¿Reposicionará a los candidatos? Evidentemente, como lo advertía la portada de Proceso, el debate iba a ser una cacería contra López.

¿Quién ganó? ¿Quién perdió? Hay veredictos distintos. Todo depende de la estrategia.

Al igual que el box, mientras el retador no noquee o gane con claridad, el campeón (el puntero) mantendrá la corona aunque los jueces declaren empate.

Anaya salió a abatir a su rival. Meade también. Y El Bronco a mochar manos. López Obrador trató de evadir los ataques y no responder: salir lo menos golpeado era triunfar. Recorrer el ring y aguantar los golpes fue su estrategia. Le funcionó. Anaya iba para demostrar poderío verbal y vitalidad. También lo demostró.

Por ello las bases y votantes duros de ambos los vieron ganar.

Pero vuelvo a la pregunta inicial: ¿los debates son definitorios? Sospecho que no. Si las campañas electorales son un símil de una guerra por los votos, el debate fue una batalla más.

En estos tiempos posmodernos tan híbridos, recordando la canción de Rockdrigo González, las campañas, más que una guerra, son una sumatoria de guerrillas donde se libran pequeñas batallas en diferentes frentes, como las redes sociales, los spots, los encuentros con diferentes comunidades académicas o empresarias y mítines en las plazas, las redes de ciudadanos y las maquinarias electorales.

Las campañas se han fragmentado y los estrategas deben entenderlo. A una semana, la euforia por el primer debate se ha esfumado y lo que domina ahora es la guerra de spots del miedo contra los de la esperanza y los ecos de los dichos de los candidatos en el encuentro con estudiantes en el Tec de Monterrey.

Aún faltan muchas microbatallas. La historia aún no está escrita. Sólo quien sepa hacer una lectura completa de todos los momentos sumará más votos.

Periodista y sociólogo. @viloja

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