Cuando alguien me dice que su abuela, una dulce señora, es una guerrera, me preocupo por el uso de ese adjetivo que define a una persona involucrada en una guerra. Entiendo el significado de la frase: la mujer se prepara para enfrentar la adversidad, sea una enfermedad o en las dificultades de la vida.

Sin embargo, las palabras dicen más de lo que parece: ser una guerrera es desconfiar de los demás, porque los enemigos se disfrazan de aliados. Significa también esconderse detrás de una trinchera, como los reducidos espacios, construidos con bultos y bloques de piedra, donde se ocultaban los soldados de la Primera Guerra Mundial, para encontrar al adversario a través de una mirilla y así apuntar las armas para matar.

Desconfiar de otros, hacer sufrir a los prisioneros, llevar uniforme de camuflaje para no ser visto, son algunas de las tareas de un soldado. Los países con actitud bélica, los que siempre tienen batallas en marcha, ofrecen a sus muchachos como ofrenda, ponen su inteligencia al servicio de la destrucción, inventan armas que destrocen cuerpos humanos sin afectar las estructuras donde se encuentran. La cibernética se ha especializado cada vez más y mejor en la innoble tarea de la muerte.

Pablo Neruda describió así los horrores de la guerra: “Y una mañana todo estaba ardiendo / y una mañana las hogueras / salían de la tierra / devorando seres, / desde entonces fuego, / pólvora desde entonces, / y desde entonces sangre. // Bandidos con aviones y con moros, / bandidos con sortijas y duquesas, / bandidos con frailes negros bendiciendovenían por el cielo a matar niños, / y por las calles la sangre de los niños / corría simplemente, como sangre de niños”.

Antonio Machado, el poeta sevillano de la Generación del 98, escribió: “El crimen fue en Granada”, sobre la ejecución de Federico García Lorca: “Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, / salir al campo frío, / aún con estrellas de la madrugada. / Mataron a Federico / cuando la luz asomaba. / El pelotón de verdugos / no osó mirarle la cara. / Todos cerraron los ojos; / rezaron: ¡ni Dios te salva!”

El golpe militar fascista proclamado por el general Francisco Franco acabó con el gobierno republicano de España el 18 de julio de 1936. Así dio inicio la Guerra Civil, que también dio como resultado obras de arte: poemas para describir el dolor, pinturas y piezas musicales, válvulas de escape ante el horror.

Miguel Hernández escribió la “Canción del esposo-soldado” que dice: “Sobre los ataúdes feroces en acecho, / sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa / te quiero, / y te quisiera besar con todo el pecho / hasta en el polvo, esposa. // Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: / aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, / y defiendo tu vientre / de pobre que me espera, / y defiendo tu hijo. // Es preciso matar para seguir viviendo”.

Vicente Aleixandre publicó: “Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla”: “Bajo la luz de la luna se vieron / las hediondas aves de la muerte: / aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra / la destrucción de la carne que late, / la horrible muerte a pedazos que palpitan / y esa voz de las víctimas, / rota por las gargantas, que / irrumpe en la ciudad como un gemido. / Todos la oímos. // Los niños han gritado. / Su voz está sonando. / ¿No oís? Suena en lo oscuro. / Suena en la luz. /  Suena en las calles. / Todas las casas gritan”.

Un poema más: “¡No!  ¡Mi hijo no!” una descripción del horror de la guerra, un llamado a la paz, escrito por mi querida amiga Lilvia Soto, para denunciar los abusos de la guerra de Irak:

“La democracia asesinó a la familia que estaba aquí” – graffiti en una casa de Haditha. “Tu hijo no puede haber hecho eso, / tu muchacho no es un asesino, / pero tú has visto las fotos, / los bultos grandes y los pequeños / envueltos en cobijas floreadas, / tapetes de colores, / los cuerpos en los camiones, / en el piso del depósito de cadáveres, / la niña sentada en el suelo / con las piernas cruzadas, / entre el muro salpicado de sangre / y los enormes pies descalzos / del cadáver de su tío, / la niña que se abraza a sí misma, / encorvada, / su mirada de terror, / su boca abierta / gritando, / su boca que es un grito, / la niña que es un grito”.

Piénselo bien. Su abuela no es una guerrera. Es una pacifista.

Google News