Es un secreto celosamente guardado en Morena el motivo por el cual Napoleón Gómez Urrutia aparece en los listados del partido que lidera Andrés Manuel López Obrador, como muy probable integrante de su próxima bancada en el Senado de la República.

Gómez Urrutia no es el único caso de las listas de candidatos a senadores plurinominales de Morena que obliga a levantar las cejas. También en las propuestas del PAN es urgente acercar una lupa, como seguramente lo será en las ya perfiladas del PRI, con Miguel Ángel Osorio Chong a la cabeza. Pero el caso que ocupa hoy esta entrega es sin duda y por ahora, el que más concita desconcierto absoluto.

Es probable que López Obrador tenga bases para desautorizar, como lo hizo ayer, las acusaciones penales contra el dirigente del sindicato minero, que en 2006 fue señalado de robar a sus representados fondos por 55 millones de dólares. Quienes conocen de cerca su historia, personal y familiar, los lujos que acostumbra, su tren de vida inalterado tras años de supuesto exilio en Canadá, saben que esa cifra es irrelevante en el patrimonio de este personaje.

Es posible que el consorcio minero Grupo México, que encabeza el controvertido empresario Germán Larrea, haya logrado en aquel 2006 el respaldo del gobierno de Felipe Calderón para enfrentar el acorralamiento al que, con buenas o malas razones, era sometido por el sindicato presidido por Gómez Urrutia, cuyos intereses han estado siempre más identificados con corporaciones extranjeras, en particular canadienses, que se han venido expandiendo en el país sin mayores contratiempos laborales.

Ha sido durante todos estos años esa coalición de intereses corporativos y sindicales el que brindó un cálido albergue a Gómez Urrutia en Canadá; lo adoptó como residente desde hace mucho; lo acompañó en la adquisición en Vancouver de un condominio de lujo valuado en casi dos millones de dólares. Y durante su crisis con la justicia mexicana, le favoreció para obtener asilo político, incluso para tramitar una nacionalidad canadiense, todo lo cual lo ha hecho intocable y le ha permitido burlarse de las peticiones de extradición que todavía en 2014, durante la administración Peña Nieto, seguían siendo intentadas.

Su aportación más notable en la historia del gremio la hizo durante la tragedia en la mina Pasta de Conchos, en Coahuila, donde los trabajadores laboraban bajo condiciones peligrosas. El 19 de febrero de 2006 una explosión sepultó a 65 de ellos, cuyos cuerpos nunca fueron rescatados.

Pero lo que hace impresentable a Gómez Urrutia e impone un enorme signo de interrogación sobre su postulación en Morena es que este hombre es depositario de una historia de casi 60 años de abusos contra decenas de miles de trabajadores, dentro y fuera de su sector. Y que en toda la geografía del país, en sus poblaciones mineras (lo mismo de Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí, Guerrero o Hidalgo), el liderazgo minero ha sido históricamente sinónimo de cacicazgos sobre poblados enteros en los que impone todo tipo de autoridades, silenciando con amenazas o con sangre a cualquiera que se atreva a oponerse.

Esta historia cobró su actual forma desde el ya lejano 1961, con la entronización al frente del sindicato de Napoleón Gómez Sada, que ejerció su poder en forma vitalicia y como patrimonio personal, pues a su muerte, en 2001, heredó el puesto a su hijo, formado en universidades extranjeras, actor de todos los excesos de un junior de millonario, funcionario público por capricho de gobernantes del PRI…

El señor Gómez Sada, cercano consejero de Gustavo Díaz Ordaz, prototipo del autoritarismo, personificó al líder obrero que tantas veces hemos visto caricaturizado en tiras cómicas, obras de teatro o películas que retrataron al México del partido único, del arcaico PRI. En el arranque de su gestión gremial, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, Gómez Sada enfrentó a la “Caravana del Hambre”, formada por mineros de Coahuila que junto con sus familias caminaron hasta la ciudad de México para denunciar la explotación a la que eran sometidos por empresas extranjeras protegidas por el liderazgo sindical.

Los marchistas fueron derrotados, desde el gobierno y desde el sindicato. Doblegados por hambre, regresaron a sus poblados. Muchos fueron despedidos o vejados en sus trabajos. Así se consolidó Gómez Sada, que fue diputado, senador, presidente del Congreso del Trabajo, dirigente eterno, siempre en medio de señalamientos por su riqueza, por su frivolidad, su impunidad.

Paco Ignacio Taibo II, uno de los intelectuales de izquierda más convencidos de la causa de López Obrador, es autor de un libro, Insurgencia, mi amor, un relato sólido y descarnado de cómo la dirigencia de Gómez Urrutia destrozó un movimiento obrero en una planta del sector. ¿Quién le explicará a este novelista talentoso, a este activista puntilloso, que ese mismo personaje lo representará en el Senado?

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