Siempre resulta interesante asomarse a lo que está pasando en diferentes países de América Latina. En un seminario que organizó El Colegio de México la semana pasada, se trató de responder a la pregunta de si había una crisis o una recomposición, o las dos cosas en nuestros países.

En el mapeo aparecen problemas ancestrales, pero con otras manifestaciones sociales; viejos actores que regresan con un peso diferente; crisis que separan los espacios políticos y económicos; coaliciones gobernantes que fracasan; movimientos sociales con diferentes dinámicas y arquitecturas; gobiernos frágiles, dinámicas globales y resistencias sociales. De este conjunto de experiencias se pueden rescatar algunos ejemplos para entender el actual momento latinoamericano y entender mejor a México, que sigue sin estar sincronizado con la mayoría de países del cono sur.

A primera vista se puede observar que no hay visiones homogéneas. El caso de Argentina contrasta de forma importante con el de Perú, y será difícil asimilarlos en otros criterios. La paradoja nos obliga a repensar las relaciones entre la economía y la política. El contraste me recordó lo que sucedía hace años en Italia, en donde las crisis recurrentes del sistema político no afectaban de forma importante su economía. Ahora Argentina atraviesa por una grave situación de endeudamiento, devaluación, inflación, como le pasó a México en los años ochenta, pero mantiene una enorme normalidad política y democrática, que acompañó el cambio de gobierno, como lo analizó Juan Manuel Abal Medina. En cambio, en Perú, un país en donde los partidos políticos son casi inexistentes y los que llegan al gobierno se pulverizan en la siguiente fase, como mostró Martín Tanaka, se enfrenta a la paradoja de que mientras su economía marcha con normalidad, tiene procesados a los últimos cuatro presidentes del país.

El caso de Brasil es el más escandaloso y extremo del mapa, porque transitó en unos años de gobiernos de centro izquierda a uno de extrema derecha. El gigante ha puesto en jaque los principales soportes del sistema democrático. El bolsonarismo representa todo lo contrario a los derechos humanos, a la defensa del medio ambiente, a los espacios ganados por las mujeres, los negros, la agenda LGBTTTI, los más pobres y cualquier manifestación progresista o de izquierda. Ese gobierno reivindica a la dictadura y ha regresado a los militares a la primera plana; mantiene una alianza con los grupos de la oligarquía y el evangelismo conservador. En el laboratorio brasileño se puede observar una crisis y una recomposición que probablemente lleven a una nueva crisis.

La transversalidad de varios movimientos que tomaron la calle y pusieron en crisis al gobierno se puede ver en los casos de Chile, pero también en Ecuador y Colombia. Tomar la calle masivamente ha llevado a Chile a un proceso de consulta popular para una nueva Constitución. Mientras que en Ecuador se logró echar abajo los aumentos de combustibles, y en Colombia sigue la lucha por detener la violencia en contra de líderes y movimientos sociales.

En México con la 4T y los cambios que impulsa un presidente popular con una aprobación de 71% (El Financiero), se observa la complicada construcción de un nuevo régimen de partido dominante que desafía a los otros poderes y emite un discurso polarizante, como explicó Jean François Prud-homme. En la política exterior, Guadalupe González analizó cómo no hay una estrategia, sino que se delega en una cancillería fuerte que maneja varias agendas que en estricto sentido les tocan a otras dependencias.

En suma, con estas piezas no es posible hacer un cóctel, porque no hay una mezcla que resulte satisfactoria entre nuevos y viejos actores, crisis económicas y políticas, movimientos sociales de intensidad variable, lo cual nos lleva sólo a una muestra de ciclos y momentos que posiblemente cambiarán mucho en los próximos meses y años. ¿Crisis o recomposición?

Investigador del CIESAS. @AzizNassif

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