“No hay problema que resista el ejercicio continuo del pensamiento”—Voltaire.

Arrastrando por este mundo la vergüenza de haber sido y ya no ser, cuesta abajo en su rodada, —como canta el tango de Carlos Gardel— van los tres últimos expresidentes de México cayendo cada vez más bajo cuando tuitean o se disfrazan para salir a gozar de la Gran Manzana.

A Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto no sólo los une ser ya expresidentes de México, sino que una vez fuera del cargo no saben qué hacer y, como el tango, sueñan con el pasado y le lloran pero ese tiempo ya no volverá y no porque se viva una Cuarta Transformación como afirma el presidente López Obrador, sino porque su tiempo político ya pasó aunque se aferren a seguir siendo.

Baste echar un vistazo a las cuentas de Twitter de Vicente Fox y Felipe Calderón Hinojosa para entender el punto. Se sienten —sin serlo— figuras morales y desde su smartphone rabian contra todo lo que haga el gobierno federal. Vamos, hasta algo que simbólicamente debiera unir a todos los mexicanos —como la ceremonia de El Grito— los ex lo ven mal.

No existe un manual de cómo debe comportarse un expresidente, sobre el cómo sobrellevar ser un ciudadano normal después de haber sido la máxima figura política del país. Eso, sin duda, debe ser un fardo muy pesado para llevar a cuestas pero muchos han sabido sobrellevarlo en México y el mundo.

¿Un expresidente tiene derecho a opinar sobre el nuevo gobierno? Definitivamente lo tiene, como todo ciudadano. ¿Son pertinentes sus palabras? Eso depende de los tiempos políticos, virtud que cada político sabe o debería saber medir. La incontinencia tuitera de los ex sólo hace que cada vez sus palabras tengan menos valor y su figura como expresidentes vaya disminuyendo.

En el sistema político mexicano del siglo XX, una de las reglas de oro era que los expresidentes guardaban silencio una vez que dejaban el cargo. Esto, dentro de la gran familia revolucionaria —que se comportaba como mafia siciliana— es perfectamente comprensible, pero si alguno de ellos osaba intentar romperla se enfrentaba al temible poder presidencial.

Plutarco Elías Calles lo pagó con el exilio forzado, a Luis Echeverría lo mandaron de embajador a las Islas Fiji y Carlos Salinas de Gortari vio como su hermano era encarcelado y él mismo tuvo que tomar un avión para alejarse del país y volver años después.

El ser dueño de su silencio o ser discreto en sus actos no es algo que se les dé a Fox, Calderón o Peña. Y ojo, no estoy promoviendo que guarden silencio, simplemente estoy analizando cómo los tiempos cambian y la figura presidencial la siguen disminuyendo una vez fuera del cargo. Ni tampoco auguro que el presidente López Obrador vaya a mandarlos al exilio, puesto que atrapados en las arenas movedizas de sus tuits, cada vez que tuitean, se hunden más en la ignominia.

En todo caso, lo que recomendaría es que los expresidentes atendieran un poco a un personaje de la República romana llamado Cincinato, que fue llamado por sus conciudadanos a ejercer el poder incluso como dictador y que una vez terminado su periodo, no ambicionaba más cargos y simplemente se retiraba a su granja a cultivar su huerto. Una lección de moral política que existe en dicho personaje que quienes ya fueron y ya no son, debieran aquilatar.

Periodista y sociólogo. @viloja

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