Es, antes que nada, una muestra de poder. Una prueba de que en este país hay un mando único y unívoco. Que cuando el presidente López Obrador ordena algo, lo que sea, ha de cumplirse por sobre todas las cosas, por sobre todas las leyes, por sobre todos los argumentos, por sobre todos los mexicanos, especialmente los que no votaron por él. Porque, por el bien de todos, primero los 30 millones que me dieron la presidencia.

A ver: la desaparición de 109 fideicomisos no es un tema solo de dinero, porque los aparatosos 68 mil millones que regresarán a la bolsa del gobierno son muchos y apetecibles para gastarlos como quiera. Aunque en otra escala, representan recursos indispensables para la cultura e investigaciones científicas y sociológicas. Es decir, para la inteligencia, la creatividad, la innovación y el cuestionamiento del país y el mundo.

Por ello, el aplastamiento de cualquier posibilidad de disentir y mucho menos criticar, que son verdaderamente insoportables para el actual gobierno. Solo así se explica la orden de desaparecer estos centros del saber y el conocimiento. Ipso facto. Un arrasamiento total e inmisericorde.

La cantaleta de que es por la lucha contra la corrupción ya fastidia y es inadmisible. Y ofende el sentido común eso de que primero se dispuso el exterminio y luego se ofrezca que se están recopilando las pruebas para justificarlo. Es inevitable la asociación con el porfiriato: “primero fusílenlos y después verigüen”; o aquello todavía más cruel, “mátenlos en caliente”. Así que es inaceptable que se prometan pruebas de irregularidades en algunos de ellos y que por esto se desaparezca a la totalidad. Lo mismo hizo este gobierno con las nueve mil estancias infantiles sobre las que la Auditoría Superior de la Federación reportó inconsistencias en apenas 3% de ellas. Igual en el caso de los refugios para mujeres víctimas de violencia. Como si nada instaurado en sexenios anteriores tuviera el mínimo valor. Como si todo fuera desechable. Por eso, la 4T está reinventando el presente con obras cuestionables y leyes implacables; también está imponiendo un futuro con lo dicho por el presidente: los próximos gobiernos ya no podrán dar marcha atrás. Pero todavía más, ahora se trata de reescribir el pasado exigiendo cuentas y perdones al Papa y al Rey de España por el avasallamiento a los pueblos originarios. ¿Cuáles? Como si los aztecas no hubieran sometido brutalmente a sus vecinos. Como si Cortés hubiese podido consumar la conquista sin la alianza de los enemigos de Tenochtitlán. Y en el colmo del ridículo: “Colón al paredón”.

Así que ahora, por puritito decreto, tendremos que dejar de reconocernos como mestizos. Y en lugar de andarnos cuidando del Covid y la influenza, buscar que nos saquen la sangre, el ADN y los genes españoles para sentirnos solo indígenas. Y a propósito: a qué fue López Obrador a España a visitar a sus ancestros. Y dónde están sus antepasados olmecas.

Por lo pronto, está muy claro que sus postulados son: el gobierno soy yo, el poder soy yo, la verdad soy yo… y ahora también, la inteligencia soy yo.

De eso se trata la desaparición de los Fideicomisos —¿seguirán las Universidades?— de que los beneficiarios hagan cola en Palacio Nacional para recibir las dádivas del señor y dador de vida. Que sepan quién manda. Un México sumiso. Y, en una de esas, un México pendejo.

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