La asimetría de poder que existe entre México y Estados Unidos es radical. En este contexto resulta estéril discutir si Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, debería felicitar (o no) a Joe Biden por su virtual triunfo. Si lo hace, poco importa. En realidad, lo preocupante en este momento es el retorno de políticas instrumentadas durante el gobierno de Barack Obama, que derivaron en la reforma energética en el sexenio de Enrique Peña Nieto y la exigencia de volver a la guerra contra el narcotráfico iniciada por George W. Bush, en la administración de Felipe Calderón. México pierde de cualquier manera.

El triunfo de Biden abre un conjunto de expectativas para los estadounidenses. Muchos esperan que se trate de un gobierno competente y humano dirigido a enfrentar la amenaza de la pandemia y mejorar la calidad de vida de los inmigrantes y las minorías, así como unir y desterrar la polarización que hoy existe. Sin embargo, su llegada a la Casa Blanca no necesariamente implica cambios estructurales en su relación con México, ni con el mundo. Se trata de la continuidad de un proyecto intervencionista que comparten demócratas y republicanos.

Una vez más, México enfrentará tres temas que resultan centrales en su relación con Estados Unidos. La política antimigrante radicalizada con Obama, la continuidad del despojo de los recursos energéticos –a los que hoy se suma la disputa por el litio en la zona norte de nuestro país– y, la reanudación de la guerra contra el narcotráfico que tiene a México sumido en la violencia, la inseguridad y la pobreza.

Algunas voces consideran que no felicitar al virtual ganador de las elecciones de Estados Unidos significa apoyar la afirmación de fraude electoral que Trump sostiene, aún cuando se muestra sin argumentos. Otras opiniones estiman que es pertinente no emitir una felicitación hasta concluido el proceso para evitar cualquier posibilidad de represalia del actual presidente en contra de México. Y, un último argumento señala que es incorrecto no sumarse al concierto de felicitaciones de otros líderes del mundo, ya que esto podría tener graves consecuencias.

Valdría la pena leer en un sentido menos lineal y más compleja la respuesta de López Obrador. El principio de respeto a la soberanía al que se refiere el presidente, remite a una contestación de doble vía. Por una parte, respetar la conclusión legal del proceso electoral de Estados Unidos y, mientras tanto, frenar posibles represalias de Trump contra México, quien permanecerá aún por poco más de dos meses en la Casa Blanca. Pero, por la otra, sugiere un signo de re-politización de la relación bilateral con el país vecino. Se trata de una acción dirigida a modificar las reglas del juego de sumisión que habían prevalecido en los sexenios anteriores. Por supuesto, esto último, puede salir bien o mal, no hay garantía. Sin embargo, la asimetría de poder que existe entre México y Estados Unidos, permite arriesgarse. De cualquier modo, el “no” ya lo tenemos.

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