Los tiempos se agotaron. En la recta final quedan dos: José Antonio Meade y Andrés Manuel López Obrador. Ricardo Anaya se perdió en reyertas, dilapidó su capital político en asuntos personales, por eso bajó en las preferencias; él mismo impulsó su caída. El joven maravilla terminó en decepción: su inmadurez le hizo perder el piso y la confianza de muchos. No obstante, el haber iniciado su meteórica carrera con la asunción a la coordinación de la bancada panista, a la Mesa Directiva de la LXII Legislatura Federal, así como a la dirigencia nacional de su partido y haber aprovechado todos los recursos en su favor durante 3 años antes, lo tiró por la borda; aunque se resiste en reconocer su derrota anticipada, quedó eliminado anticipadamente.
Así es la política de impredecible. Sólo quedan dos en la carrera por la Presidencia, sin olvidar que también la renovación de la Legislatura Federal es de vital importancia para todos, aun para los perdedores. Los votos en favor de ellos son la llave para acceder a recursos económicos, prerrogativas y para reformar o abrogar lo que les venga en gana; las bancadas legislativas pasan a ser mucho más importantes que la figura presidencial. Ahí se decide la repartición del dinero para todos los programas, ahí acuerdan el incremento o decremento del pago de impuestos, sin pasar por alto que en las Cámaras también eligen a funcionarios importantes. Por eso no debe olvidarse la elección de diputados y senadores de la República. Quien resulte con mayor número de votos en la elección presidencial necesitará una Legislatura a modo para que le aprueben la mayoría de las propuestas que hoy ofrecen en campaña.
La aparente lógica indica que si votas por el candidato a Presidente, votas por senadores y diputados de su partido. Pero no es recomendable: podemos caer en los extremos de países como Venezuela, donde el presidente ha hecho y deshecho con los venezolanos cada día más pobres, con menos libertades, y la depreciación de su moneda los ha llevado a la deplorable incapacidad adquisitiva: todo debido al fuerte control que ejerce el presidente sobre la mayoría en su congreso. Por eso no es recomendable que el poder del Presidente carezca de límites. Las propuestas de uno de los contendientes a la Presidencia de la República, identificado con la izquierda recalcitrante, curiosamente son similares a las de Chávez. De ahí que no resulta nada conveniente repetir la triste historia que hoy viven los venezolanos, además de no poder cambiar el régimen político, que fue modificado poco a poco hasta la raíz. Por eso y mucho más es conveniente razonar el voto. Que no sea el hartazgo ni la esperanza de recibir una “beca” lo que influya en el ánimo y aplique un supuesto castigo que, a mediano plazo, será para sí mismo al no darse cuenta del engaño de promesas que no podrán ser cumplidas.
La campaña es una; el ejercicio del poder es otro. El engaño como instrumento de convencimiento. Uno de los eventos publicitarios de ese partido, su candidato y adeptos fue el del agua. Difundieron que la firma de varios decretos presidenciales nos llevaría a la privatización del agua. Muchos creyeron la falsa campaña preñada de mentiras. El objetivo es desorientar para acrecentar el enojo y que haya un voto de castigo hacia quienes privatizaron el agua. ¡No hay privatización del vital líquido! Por el contrario: los decretos publicados el día 5 de este mes en el Diario Oficial de la Federación prevén el uso racional del agua, el cuidado de la misma para que no haya sobreexplotación, líquido que sigue siendo propiedad de la nación. Campañas de desprestigio que seguramente arreciarán en redes sociales: campo fértil de la ignorancia.