No necesitamos adivinar el modelo económico que tendría México si gana la presidencia Ricardo Anaya o José Antonio Meade o Margarita Zavala. Todo indica que sería el que hoy rige. A decir, el modelo neoliberal.

Es decir, el mismo modelo que durante los años ochentas del siglo pasado instalaron en el mundo anglosajón Ronald Reagan y Margaret Thatchter, se expandió por el mundo occidental y a partir del año 1988 instaló en estas tierras el presidente Carlos Salinas de Gortari.

Un modelo económico fincado en tres fábulas.

1. Si el pastel crece, sus rebanadas también.

Según el neoliberalismo, al desestatizar los bienes del país y entregarlos a manos de los empresarios privados, la economía crecería rápidamente.

Los ciudadanos de la clase media y los pobres recibirían todavía las rebanadas más delgadas del pastel, pero relativamente a otros tiempos serían rebanadas mayores, porque el pastel sería considerablemente más grande.

2. Al subir la marea, suben los barcos grandes y los pequeños también.

Es más o menos la misma promesa que la anterior. El libre mercado elevaría a todos sus participantes. A los billonarios, a los pequeños empresarios, a los empleados y a los obreros.

3. La riqueza que se concentra arriba, termina por gotear hacia abajo.

Esta fábula tiene un origen curioso. Durante la Gran Depresión norteamericana, la acuñó un cómico de origen cheroqui, William Rogers. Desde el escenario del teatro de vodevil, solía contarla para burlarse de su público de proletarios y tenderos. “No se preocupen de que cada día los ricos son más ricos”, les pedía, “la riqueza es como el agua, tarde o temprano tiene que gotear a ustedes, los de abajo, y eso por ley. La ley de la gravedad”.

En los años ochentas, Margaret Thatchter convirtió la broma en una metáfora para ilustrar la promesa neoliberal. Si se reducían los impuestos a las empresas privadas y a los ricos, se estimularía la inversión en la economía y en consecuencia los empleos y los salarios aumentarían. “Primero se crea la riqueza”, dijo la señora Thatchter, “luego lo natural es que se distribuya hacia abajo”.

Cuarenta años después de la implantación del modelo neoliberal en el mundo anglosajón, treinta años después de su implantación en México, los números no celebran la sabiduría de las fábulas neoliberales.

El pastel de la economía global en efecto se agrandó, pero sólo las rebanadas de los ricos crecieron. Hoy mismo, las 80 personas más ricas del mundo controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la población.

En México la concentración de la riqueza es varias veces mayor. Las “diez personas más ricas del país acumulan la misma riqueza que el 50 por ciento más pobre del país”, según el reporte de la Oxfam del doctor Gerardo Esquivel (2017).

Los salarios mínimos, si se considera su poder adquisitivo, han permanecido estáticos en México y en el mundo. El bienestar de la clase media igual se ha empantanado. Y los pobres son hoy más pobres.

Es decir, la marea en efecto subió y elevó a los buques más voluminosos, pero sumergió a las barcazas. Y el cómico cheroqui, y no la primera ministra inglesa, usó la fábula del goteo con el tono adecuado, con ironía y no con seriedad.

“El agua gotea naturalmente hacia abajo, pero el dinero no”, escribió Rogers en 1932. Oh prodigio anti gravitacional, dejado sin regular por el Estado, a merced de la codicia de los ricos, “el dinero sólo gotea hacia arriba”.

Es claro que el experimento neoliberal fracasó. Nos ha traído una desigualdad abismal y un ríspido y peligroso descontento social. Es tiempo de guardar sus fábulas en el cajón de las falsas profecías.

CODA. Tal vez es porque la cólera contra la terrible desigualdad aún no se articula claramente en México, distraída por la indignación ante la corrupción de la clase política, el caso es que tres de los candidatos a la Presidencia de México no nos han ofrecido algo mejor que la continuidad del modelo neoliberal fracasado.

Por su parte Andrés Manuel López Obrador, suele criticar este modelo, mientras sus adversarios sí lo acusan de querer cambiarlo —como si querer cambiar lo que ha fracasado fuera temerario—, pero ha sido poco claro sobre lo que ofrece a cambio.

¿El regreso al estatismo de los años setentas del siglo pasado?

¿O bien un Estado que se conserve relativamente débil, pero sí intervenga para garantizar un piso de vida digna a las mayorías —salud, educación y cultura gratuitas—?

¿O qué?

¿Andrés Manuel es Chávez, que regresó repentinamente a Venezuela al estatismo, destruyendo su economía? Es decir, ¿es un Luis Echeverría trasnochado, como ha empezado a afirmar Jorge Castañeda, vocero del candidato Ricardo Anaya?

¿O Andrés Manuel es Bernie Sanders, que plantea enmarcar al libre mercado con un proyecto socialista?

¿O qué?

Parece oportuno que el candidato anti-neoliberal despeje los terrores y despliegue ante los electores su proyecto económico. Parece oportuno también que los electores se lo exijamos.

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