Los excéntricos hacen andar al mundo. Sin ellos no tendríamos arte, tecnología ni investigación científica. Tenemos automóviles gracias a la terquedad de unos excéntricos que dedicaron su vida a crear una máquina para transportar personas y aliviar a las bestias de carga. Excéntricos fueron Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y todos los artistas que han nacido con polvo de oro en las manos y que viven en un universo paralelo.
Todos hemos tenido una tía que ofrendó su vida a los demás, cocinando los mismos platillos y tejiendo carpetas a crochet. La vida de esa mujer es valiosa para una reducida comunidad. Pero esa vida se vuelve valiosa para un país o un continente cuando la persona sigue sus impulsos y crea algo distinto, enfrentando críticas y vaticinios terribles. En cada familia hay aves de mal agüero: “Eso que piensas es una locura. Vas a perder el tiempo. Vas a fracasar en tu intento. ¿Qué dirán los demás cuando lo sepan?”.

En 1927, Dorothy Gerber tenía que alimentar a Sally, su bebé. Se le ocurrió crear para la niña papillas de fruta, verdura y carne. Pronto tuvo excedentes que distribuyó entre otras madres de familia. En 1928, su marido Daniel vio en este proceso de alimentos una oportunidad de negocios. A los seis meses de comenzar el trabajo a nivel industrial, sus productos se distribuían por todo Estados Unidos. Los contenedores de vidrio eran muy atractivos: servían para guardar clavos y tornillos en talleres de artesanos y mecánicos. El resto, como se dice, es historia.

Los excéntricos tienden a ser genios y los genios, muchas veces, rechazan toda norma social: Steve Jobs, cuya inteligencia nos ha cambiado la vida, era hosco y a veces ofensivo con sus colaboradores. Su desprecio por la moda y su aversión a la limpieza personal son rasgos conocidos en una persona que imaginó computadoras, dispositivos móviles y medios de comunicación diferentes e innovadores. Con tenacidad a toda prueba creó la tecnología nacida en su mente. Tuvo una visión diferente del futuro: mientras otros fincaban sus anhelos en conseguir un trabajo, pagar la hipoteca y criar a sus hijos, Jobs buscaba producir millones de aparatos para que las personas pudieran estar en contacto.

La excentricidad alcanza niveles escalofriantes. Jeff Koons, el artista vivo más cotizado que ha habido, creó una escultura de acero inoxidable titulada “Rabbit”, que fue adquirida el 15 de mayo de 2019 por Robert E. Mnuchin, quien fuera un ejecutivo de la firma Goldman Sachs.

Mnuchin pagó 91.1 millones de dólares por la pieza.

Michael Hiltzik, columnista del periódico Los Angeles Times, escribió que “La aparición de obras de arte de precios elevados en subastas nos recuerda la debilidad de los argumentos contra los bajos impuestos que pagan los ricos”. Por otra parte, Roberta Smith publicó en el New York Times: “Es fácil odiar el trabajo de Koons, pero hay que recordar que él cambió la escultura, uniendo el arte pop, el minimalismo y los conceptos de

Duchamp, dándoles nueva vida, sublimando los objetos que vemos en la vida cotidiana. Su arte ha resistido la fácil absorción a la historia del arte. Todavía estamos discutiendo sobre su valor”.
Abraham Valdelomar fue un excéntrico poeta peruano. Sobre su formación declara: “Yo soy aldeano. Nací y me crié en la aldea, a orillas del mar, viendo mis infantiles ojos de cerca y perennemente la naturaleza. No me eduqué con libros, sino con crepúsculos. Mi profesor de religión fue mi madre y lo fue después el firmamento. Mis maestros de estética fueron el paisaje y el mar; mi libro de moral fue la aldehuela de San Andrés de los Pescadores, y mi única filosofía la que me enseñara el cementerio de mi pueblo”.

En su adolescencia, fue presionado para abrazar la vocación de sus mayores: la pesca. Se levantó en contra para seguir el llamado de su propia voz y dar voz a los silencios de millones: “Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola, / se deslizó en la paz de una aldea lejana, / entre el manso rumor con que muere una ola / y el tañer doloroso de una vieja campana. // Dábame el mar la nota de su melancolía; / el cielo, la serena quietud de su belleza; / los besos de mi madre, una dulce alegría, / y la muerte del sol, una vaga tristeza. // En la mañana azul, al despertar, sentía / el canto de las olas como una melodía / y luego el soplo denso, perfumado, del mar, / y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste; // mi padre era callado y mi madre era triste / y la alegría nadie me la supo enseñar”.

Google News