De entre las reacciones a mi artículo de la semana pasada, me llamaron la atención las que relatan lo difícil que es hoy vivir en México, por el hecho de que nadie se siente obligado ni con ganas de respetar a los demás y todos creen que lo que yo quiero es lo único que importa.

Este es un correo de un lector: “Vivo en una zona “residencial” (adjetivo que ya nadie parece saber lo que significa, sobre todo entre las autoridades de la Delegación), y son incontables las veces que he tenido que salir a pedirle a algún imprudente (por usar un calificativo decente) que pone algún aparato de sonido con música grabada directamente en el infierno a unos metros de la ventana de mi cuarto. El más reciente ¡Un domingo a las 8:00 a.m.!

Todo empezó con un local de lavado de autos; ese atrajo a una taquería; después una Tienda K en donde cada que se les ocurre hacen “prrrromociones” de cerveza —sin importar que estemos junto a un colegio— ésta atrajo a un puesto de quesadillas, y ese a un local de sopes. Bien, pues taquero, tenderos, clientes y trabajadores dan por sentado que estando en tales locales, se puede (¿se debe?) hacer ruido. Las expresiones de los rostros cada vez que debo salir a pedir que por favor bajen el volumen o quiten el ruido de bocinas y “estéreos” de sus coches van en la línea de lo que usted comenta. Sencillamente no pueden entender la razón de mi molestia. “¡Es la calle!” me han dicho. “¡Por eso!” es mi respuesta. A otros argumentos suelo obtener miradas bovinas o pestañeos frenéticos. La barahunta de gente es cada vez mayor y el “pus’ todos lo hacen y estamos en nuestro derecho” parece irse convirtiendo en su slogan”.

He hablado muchas veces en mi espacio de EL UNIVERSAL y en otros foros, del hecho incontestable de que los mexicanos vivimos abandonados a nuestra suerte, de que no existe interés alguno por atender nuestras necesidades y por respetarnos y eso sucede por igual de parte de las autoridades que de los otros ciudadanos. Escribe un lector: “Somos un pueblo que a todos les importamos un bledo. Los mexicanos somos tratados como basura. Nunca hemos sido tratados como seres humanos. Todo mundo nos engaña. No es una exageración, es lo que pensamos todas las personas que caminamos por las calles y vivimos la realidad, no los discursos”. Otro lector va en el mismo sentido: “Los mexicanos de buena fe estamos en total indefensión”.

En efecto, en México ser ciudadano significa estar expuesto a todas las arbitrariedades y sin ninguna instancia a la cual se pueda acudir para protestar, quejarse o recibir ayuda. Nuestros representantes sólo existen en el momento en que están en campaña, prometiendo el oro y el moro si les damos el voto. Apenas electos, desaparecen de nuestras vidas. Y las instituciones nomás no funcionan.

Todos los días hay contribuyentes que se quejan por errores en el cobro de impuestos, vecinos que se quejan por construcciones defectuosas o en lugares prohibidos, por cambios de uso de suelo y cierres de vialidades, ciudadanos que denuncian fraudes y abusos en servicios y mercancías, vecinos que piden ayuda contra otros vecinos ruidosos, tramposos o agandalladores, colonos que piden servicios esenciales como el agua o la recolección de basura, trabajadores desesperados porque no les pagan sus salarios o les escatiman y rebajan sus jubilaciones.

La vida de un mexicano consiste en enfrentarse cotidianamente con la ineficiencia y el mal trato de funcionarios y burócratas, de ministerios públicos y policías, pero también de otros ciudadanos que hacen lo que les viene en gana.

Esto último no lo queremos ver. Nos encanta echarle la culpa de todo al gobierno, pero convenientemente se nos olvida que también la tenemos nosotros: los que ponemos música a todo volumen, no reparamos la llave de agua que gotea, nos estacionamos en doble fila o dejamos la basura en cualquier parte.

Escritora e investigadora en la
UNAM. 
 om

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