Morena y su líder Andrés Manuel López Obrador tienen toda la razón al encabezar la indignación frente a lo que han sido los primeros meses de presidente electo de José Antonio Meade.

En la primera entrega de esta serie de columnas, publicada hace dos meses, explicamos la oposición lopezobradorista al nombramiento del repudiado José Córdova Montoya al frente de la CFE, la exigencia de anular las elecciones cuando el INE reveló que el PRI había usado con fines políticos los fondos de los damnificados del sismo (en la trama fueron implicados intelectuales de prestigio afines a Meade, la dirigencia de su partido, su nominado para ser fiscal anticorrupción y hasta su popular esposa Juana) y las denuncias porque el mandatario electo Meade, en una de sus primeras actividades en la transición, visitó una empresa de quien será su Jefe de Oficina de la Presidencia, lo que constituyó un desdén a quienes han denunciado tantos conflictos de interés en el actual sexenio.

Con el paso de las semanas, la indignación se ha profundizado, llegando a su punto climático cuando, frente a los cuestionamientos por la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco, Meade organizó una consulta para preguntar a la gente dónde debía construir la terminal.

Al más puro estilo priísta —ese del que Meade prometió ser diferente—, el gobierno electo hizo abiertamente campaña a favor de Texcoco, instaló las casillas donde había ganado el PRI la elección y había más respaldo a Texcoco (en Atenco no hubo mesas de votación pero en Polanco había cuatro), las boletas eran fácilmente falsificables, no había representantes de la opción Santa Lucía en las casillas para vigilar el respeto al voto y durante los cuatro días de consulta, las redes sociales estuvieron inundadas de imágenes de personas que votaron tres, cuatro, cinco veces.

Al final, Meade anunció que la opción Texcoco había ganado por el doble de votos a Santa Lucía. Que la “ciudadanía inteligente” se había pronunciado. “Son unos genios”, remató. En la conferencia de prensa se hizo acompañar por Juan Armando Hinojosa, dueño de la constructora Higa, contratista favorita del sexenio.

Para López Obrador el ejercicio fue “el fraude electoral más grande perpetrado por la mafia del poder” y calificó de “desfachatez corrupta” la presencia del empresario de Higa como el líder del proyecto Texcoco (el número dos de Hinojosa fue nombrado director del nuevo aeropuerto).

Para tratar de calmar a los que pugnaban por Santa Lucía, a quienes criticó por no tener solidez técnica para construir una terminal aérea, el presidente electo Meade les ofreció que construyeran el nuevo aeropuerto de la Riviera Maya.

Desdeñando los cuestionamientos del dirigente opositor López Obrador, Meade prometió que siempre sí habrá consulta sobre su otra gran obra, el tren maya, y su gabinete adelantó que esta vez sí se organizará con todas las de la ley. Esta declaración incendió las redes sociales y los morenistas la tomaron como la prueba madre de que el presidente electo había cometido fraude.

Morena no había salido del asombro y la indignación cuando el Congreso del Estado de México, bastión priista con aplastante mayoría, aprobó una ley para prohibir las licitaciones en grandes proyectos, y hacer todo con asignaciones directas con la excusa de que así se evita la burocracia. Meade ha prometido construir ahí una refinería con una inversión de miles de millones de dólares. El de Higa sonríe. Ya se sabe cómo va a ser eso.

(Esta fábula continuará mañana).

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